El silencio en la habitación era ensordecedor. El reloj en la pared hacía su tic-tac constante, marcando el paso de un tiempo que se les había escapado entre los dedos. Alejandro se mantenía de pie, mirando fijamente a Elena, pero sus ojos no la veían de la misma manera que antes. La rabia y el dolor se reflejaban en su rostro como un espejo roto.
Elena, con las manos entrelazadas frente a ella, sentía el peso de sus palabras colisionando con la tensión palpable que llenaba el espacio entre ellos. Había confesado todo, había revelado la verdad, pero ahora estaba frente a la reacción que temía más que nada: el rechazo de él.
Alejandro apretó los puños, su respiración era cada vez más pesada, como si cada palabra que salía de su boca fuera un esfuerzo que lo desgarraba.
-¿Cómo pudiste, Elena? -su voz sonó baja, pero su tono estaba cargado de veneno. Las palabras parecían salir de su garganta como si fueran afiladas-. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pudiste... apartarme de mi hijo?
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