Una voz masculina que conozco más que cualquiera, hace que alce el rostro de la sorpresa.
—¿Qué haces aquí? — pregunto levantándome de golpe, la silla chirria contra el suelo y tengo que sujetar el respaldo para no dejarla caer.
—Dije que vendría — declara, sonriéndole a mis chicas.
Frunzo el ceño y doy un vistazo a mi reloj de pulsera: no han pasado ni veinte minutos desde que me ha escrito y ni siquiera aún dan las seis.
Lisa y Tita se levantan y casi hacen reverencia al verlo. Ambas están juntas y sonríen tímidamente a la sonrisa encantadora que él les dedica.
Sí, es el maldito Luc Cox. ¿Es qué acaso es la primera vez que lo ven?
Las observo a ambas y ellas, captando el claro mensaje de advertencia silencioso, se disculpan y salen de la habitación con torpeza, no sin antes dedicarle caídas suaves y nerviosas de pestañas al rockero guapo, sexy y encantador que tengo delante.
Sí, es Luc Cox.
Sí, su mald¡ta banda está dominando el mundo entero.
Sí… ¡Mald¡ta sea, sí! Estoy deslumbrada por él.
—Si mal no recuerdo, te prohibí venir — le increpo y me acerco a él, quedando a dos pasos de distancia —. ¿Qué haces aquí?
Él se mete las manos en los bolsillos de su vaqueros oscuro y rasgado a la altura de las rodillas, encogiéndose de hombros aparentando pura inocencia.
—Quería verte, ¿hay algo malo en eso?
—Muchas cosas — digo sin pensar.
Él frunce el ceño y estudia mi rostro.
Aprieto los labios, desvío la mirada un segundo y me muerdo la lengua. ¡M¡erda!
—Lo que quiero decir — me apresuro a explicar —, es que estoy en el trabajo. No puedo darme el lujo de distraerme.
—¿Soy una distracción? — inquiere, alzando la ceja izquierda.
«De la peor forma »
Me pierdo en ese gesto; en el piercing que tiene en la ceja y luego miro sus malditos labios que contiene una sonrisa de medio lado. Esos benditos labios que casi toqué y que ahora muero, nuevamente, por besar. Sobre todo, quiero morder justo donde tiene la perforación la esquina de su boca para juguetear con el fino metal entre los dientes, antes de liberarlo y lamer sus labios.
Siento el ligero calor invadirme, necesito distraerlo y… distraerme lejos de esta locura.
—¿Y para quién no? — cuestiono, saliéndome por la tangente. Miro nuevamente sus ojos azules, que están atentos sobre los míos. Paso por su lado y salgo del lugar, aferrándome a la idea de que necesito otro espacio para estar con él. Donde haya más gente, donde mald¡tamente no me den ganas de arrojarme sobre su cuerpo o de querer confesar mis sentimientos —. No quiero a mi personal distraído contigo… Sabes que te admiran, no se concentraría en su trabajo.
Camino rápidamente por el pasillo corto y entro a la boutique principal. Escucho sus pasos detrás de mí, siguiéndome y casi pisándome los talones.
Busco con la mirada a las chicas: vendedora, recepcionista, gerente… pero no hay nadie a la vista. Ni siquiera un cliente. ¿Dónde demonios están cuando las necesito?
—Solo les vine a alegrar el día — contesta él tranquilamente y toma la delantera, plantándose frente a mí.
Me detengo a duras penas para no impactar contra su pecho.
—¿No tienes a nadie más a quién molestar? — pregunto con fingido hastío. Luc ni se inmuta y hace el más sexy y adorable mohín con los labios, mientras se encoge de hombros y niega. ¿Es qué acaso no puedo encontrar un maldito lado malo de él? —. ¿No se supone que trabajas?
Vuelvo a probar a ver si con eso lo espanto, pero en cambio me ofrece una sonrisa con todo y hoyuelos.
—Ya me reuní con esos idiotas — contesta sin darle importancia mientras mira alrededor —. ¿Remodelaste desde la última vez que estuve aquí?
—No — gruño y paso de él para dirigirme a uno de los banquillos.
Todo sigue igual. Toques clásicos, colores suaves y pasteles en celeste. Techos altos, donde domina una elegante araña de cristal. Muebles Luis XV, todos en blancos con toques en dorado. Equilibrado, antiguo, elegante, clásico.
—¿Por qué sigues aquí? — pregunto, desviando mis pasos a un vestidor que tiene el velo cerrado por completo.
Lo abro con fuerza, revelando el espejo de tres caras y ato los nudos de seda blanca con los lazos dorados.
—Mmmh… pensé que estaba claro, peque.
—Y te dije que hoy salía tarde — respondo, mientras voy hasta una estantería y ordeno varios pares de tacones, que ya están perfectamente alineados.
Sigo escuchando sus pasos detrás.
—«NeoQueen» estará bien sin su dueña por unas horas. No es fin del mundo — comenta y vuelve a adelantarse cuando pretendo enderezar un vestido verde estilo romano que está sobre un maniquí —. Vamos a jugar…
Doy un paso atrás para evitar tocarlo, clavando los tacones firmes en el piso.
—No puedo.
Le doy la espalda, desesperada por huir. Su pura presencia hace que me tiemblen las piernas y comience a sudar, es más, también me pone de los nervios. Pero una cosa sé con certeza en este preciso momento, no puedo caer justo ahora ni justo aquí.
Estaba desesperada por verle y ahora que lo he hecho, siento que las verdades que tanto he guardado quieren trepar con tanta urgencia por mi garganta que parecen que me asfixiarán. ¿Qué tal si salgo con él y me enamoro más? ¿O qué tal si no salgo con él y sigo enamorada?
Quiero llorar. No importa por donde lo mire, me siento desesperadamente a la deriva.
Él se vuelve a plantar delante de mí y, esta vez, no alcanzo a detener mis pasos lo suficientemente rápido y termino entre sus brazos, impactando de cara a su pecho. Jadeo de sorpresa y trastabillo hacia atrás, cuando intento apartarme, pero Luc me rodea la cintura con el brazo para evitar que caiga.
Tengo los ojos abiertos de par en par.
La respiración se me estanca en la garganta.
Su aroma me da en los sentidos. Mi corazón temerario, toma sin permiso mis latidos y los altera. Siento el calor de su piel traspasar su camiseta y calar mis manos. Mis dedos agarran la tela y trago con dificultad. Él sigue observándome, ladea imperceptiblemente el rostro para estudiarme. Curioso, tal vez, por mi reacción ante su cercanía.
Nunca antes habíamos pasado por algo parecido y ahora siento que no puedo controlar mi propio cuerpo que se funde en el calor del suyo.
Mis ansias y mi pánico se acrecientan.
¿Podrá él oír los latidos de mi corazón? ¿Sentir el temblor de mi cuerpo que ha reaccionado a su ligero toque?
Y, entonces, allí está… ese ligero cambio en el ambiente que nace de esta cercanía. Siento nuevamente las motitas de electricidad que se extienden por todas mis extremidades, hasta la punta de mis dedos que se tensan contra él.
Miro sus labios, lo miro a él…, y de nuevo a su boca. Me concentro en su respiración profunda, en la dureza de su pecho contra las palmas de mis manos, en lo grande que es y cómo sus brazos fuertes me envuelven, en la sensación cálida que cala desde mi vientre y crea una extensa maraña de hilos que se extienden y expanden lenta y deliciosamente.
Quiero besarlo. ¡Santo cielo! ¡Lo deseo aquí y ahora!
Sus manos se tensan contra mí y me acerca más, solo un poco. Es tan imperceptible, pero, aun así, tan excitante. Quiere sentirme, sostenerme.
Se inclina, sus labios entreabiertos. El cambio de su respiración pesada que choca contra mis labios, mientras sus parpados caen ligeramente. La punta de su nariz toca la mía y puedo sentir el calor de su boca. Sus ojos, de un profundo azul, que parece cambiar al anhelo distante y constante mientras ambos paralizamos ante una verdad que puede llevarnos más lejos de lo que jamás hemos ido. Tan solo…, tan solo podría quemar esos centímetros y podría besarlo para acabar con esta eterna tortura…—¿Claire?
M¡erda.
Antes de pensarlo, me alejo de él con un empujón y me tambaleo intentando recuperar el control de mis emociones. Mi corazón tembloroso se ajusta al temor de ser sorprendida infraganti antes de cometer un delito. Alzo la mirada y veo a Lisa en el umbral de la puerta mirándome vacilante y ligeramente culpable. Finjo una sonrisa profesional y me las arreglo para aparentar calma, a pesar de que siento que mis piernas cederán en cualquier momento.
—¿Sí? — pregunto, carraspeando, y llevándome una mano al cuello y otra a la cintura.
Luc finge estar mirando con interés algunas prendas colgadas y eso hace que mi incertidumbre se convierta en arrepentimiento.
Lisa sonríe tensa, pasando su mirada nerviosa de la espalda de Luc a mí, y se acerca tendiéndome mi teléfono.
—Es… es una llamada urgente.
—Gracias.
La despido con una fingida sonrisa y ella se retira tan rápido como llegó, tal vez más abochornada que yo por interrumpirme.
«Ella al menos es una mujer inteligente que huye de una batalla en la que, nuevamente, he quedado en ascuas...»
Le doy un vistazo a Luc de soslayo, quién sigue de espaldas a mí fingiendo estar mirando ropa, antes de respirar profundo y responder la bendita llamada. ¿Será esta una nueva señal de que no debería cometer un error? Algo lloriquea dentro de mí; yo quería ese beso.
Inspiro profundo y me llevo el móvil a la oreja.
—Claire Evans — contesto, diplomáticamente.
—¿Belleza? — una voz masculina y amable contesta.
Contengo la respiración, pero está vez nada tiene que ver con las ansias de anhelar un beso, sino más bien por la enorme sorpresa. Conozco esa voz, pero jamás creí volver a oírla. Sin pretenderlo, una sonrisa se extiende en mis labios y no puedo evitar reír por lo bajo.
—Tristán Blair — digo genuinamente sorprendida. ¡Cielos! Hace años que no sabía de él —. ¿Qué puedo hacer por ti?
Luc se vuelve en el acto al oírme. Su rostro tiene los rasgos duros; labios apretados, mandíbula tensa y sus ojos están fijos y siniestros sobre mí.
Luc acorta la distancia conmigo y me arrebata el teléfono de las manos, acabando la llamada con violencia. —¿Qué demonios te pasa? — alego e intento quitárselo, pero es inútil porque aleja el aparato con rapidez.—No, Claire ¿qué diablos pasa contigo? — me increpa de mal humor, señalándome de forma acusadora. Su voz dura y fuerte me hace dar medio paso atrás con sorpresa. Pero su ceño fruncido podría ser fácilmente el reflejo del mío.—Es mi teléfono y, si no te diste cuenta, estaba hablando con alguien — tiendo la mano para que me lo devuelva, pero no hace caso. —Escuché su nombre, Claire — gruñe.—¿Y eso qué? —¿En serio quieres que esté tranquilo mientras hablas con ese gilip0llas? — masculla.Lo miro desconcertada por su áspera actitud. Pero, ¿qué demonios le pasa? ¿Por qué se comporta como un imbécil?—¿Qué tiene que ver eso ahora? — cuestiono, con las manos en la cintura —. Me estaba llamando a mí, no tiene que ver contigo. Me observa de arriba a abajo con frustración y clar
—Entonces… — susurra pensativa, mientras lleno mi copa de vino pasando de su mirada preocupada —. ¿Vas a quedarte toda la noche bebiendo como una tonta?—No, solo hasta que él — señalo mi pecho en dirección a mi corazón —, esté lo suficientemente adormecido como para no sentir nada y poder irme a casa. —En ese caso, te saldrán raíces sentada a la espera de que eso pase— suspira y alza su copa para beber un trago. De fondo suena un replay de jazz instrumental y el bar al que he venido por años, se mantiene tranquilo y sereno. Todo aquí es de estilo industrial, algo rústico, privado y ubicado en un sótano. Me gusta.La barra de madera oscura donde estoy sentada con Natalia casi está desierta y en los reservados y mesas, apenas hay unas cuantas personas salpicadas aquí y allá. No hay ruidos energéticos ni conversaciones a alto volumen. Aunque, con una botella de vino completa en el cuerpo, y media más que me estoy embutiendo, no sabría decir si estoy acertada o no. Sin embargo, no creo
Sabrina me mira sentada desde el borde de su cama.Su reflejo claro y pensativo, mientras me observa con los brazos cruzados y su rostro ligeramente ladeado, me está poniendo de los nervios. Dejó la barra del labial sobre el buró, atuso mi cabello corto, que está justo a pocos centímetros de mis hombros, y me paso la mano por la tela del vestido azul marino ajustado con escote asimétrico. —¿Qué tal? — pregunto, volviéndome sobre mis tacones de infarto. —¿Te digo la verdad o miento? Blanqueo la mirada y me dirijo al tocador para empacar lo necesario en mi diminuto bolso de mano. —La verdad. Siempre la verdad — respondo, dándome un repaso de nuevo en el espejo y acomodando la corta y delgada gargantilla de oro blanco, con el colgante de una solitaria y pequeña estrella.Me gusta mirarla. Mucho más porque él me la ha regalado. Es un toque especial que pienso llevar a la fiesta de hoy con orgullo. Es la respuesta a mi propio pequeño secreto. Una señal que llegó hace algunas noches en
Three está a rebosar de personas. Todos entusiasmados bailando en la pista, con la música a alto volumen, o bebiendo por la celebración que se lleva a cabo. Me paseo por la orilla del segundo piso, sosteniendo una copa de champán en una mano y pasando los dedos sobre la barandilla de metal pulido con la otra, mirando atenta la pista de cristal y luces de colores intermitentes que cortan el rostro de las personas eufóricas que bailan, gritan y ríen. Suspiro pesadamente, por enésima vez, a la vez que me detengo a la mitad del piso. Las conversaciones aquí arriba son variadas y energéticas, pero no me apetece unirme a ninguna. Es más, las ansias que he traído se han multiplicado, al igual que las llamadas de Tristán. Miro a mi alrededor y camino a la terraza, donde hay algunos pequeños grupos que disfrutan la fiesta bajo la noche estrellada. Todo es glamour y furor, pero para mí se ha resumido a los nervios. No he podido verlo aún, pero sé que está aquí porque he escuchado hablar de é
M¡erda. ¡Reacciona, Claire!Mi cuerpo está paralizado, el miedo me invade. El horror me consume. Intento mirar a mi alrededor, a ambos lados, pero todos se encuentran detrás de nosotros hablando animadamente, nadie está cerca. Quiero gritar, en serio quiero hacerlo, pero nada en mí coopera. Mi respiración agitada, un nudo en mi estómago y mi corazón golpeando mi esternón con tanta rudeza que creo que terminará por escapar. —He estado viéndote pasear. Estabas tentándome, nena. Estabas pidiendo esto a gritos, ¿no es así? — él aprieta mi pecho, robándome un jadeo. Intento apartarlo, alzo las manos para empujarlo, pero él malentiende mi movimiento y separa la otra mano del barandal para meter su mano bajo el dobladillo de mi vestido y tocarme por encima de las bragas. —Basta — me remueve, inquieta. No lo quiero tocándome. No quiero sus dedos en mí. —¡Basta! — exhalo, con las lágrimas desgarrando mis cuerdas vocales. —¡Quédate quieta, pequeña puta de m¡erda! — exclama en mi oído.
Despierto y me incorporo de golpe. ¡Maldita sea! ¿De dónde ha salido eso?Me aparto el pelo de la cara y lo primero que hago es tocar con celeridad mis brazos, mis piernas y mi cabeza. Suspiro aliviada. Estoy bien, estoy entera, estoy a salvo. Aún así, el corazón me late con fiereza y me toma un largo instante intentar volver a la normalidad, sin que me tiemblen las manos por tremenda pesadilla. Era un accidente. Pero ¿qué hay de todo lo que mi mente trajo consigo?No tiene sentido alguno lo que he soñado. Yo no estuve en ese evento, es más, no conocí a Luc hasta después de eso. Entrecierro los ojos y atraigo las piernas a mi pecho. Me esfuerzo por recordar lo que acabo de soñar, cualquier detalle que me haga sentido. ¿Conocí a Sabrina? Sí, era mi compañera de cuarto. Pero, ¿por qué me miraba de esa forma? Es más, sé que hablamos en el sueño, o esa mujer lo hizo, pero no puedo recuperar el fragmento de lo que me dijo. Pienso un largo rato, revolviendo mi mente y rescatando fragme
Lisa y San me ponen al día de las citas de la tarde, pero apenas las estoy escuchando pues toda mi atención está en el hombre que sigue fuera, sentado sobre el capó de mi auto jugueteando con su móvil. Su pelo negro con corte degradado brilla ligeramente bajo el sol. Aún lleva los benditos lentes de sol y su cuerpo se ve grande y trabajado encima de mi auto. Podría fácilmente sacar mi cámara y pedirle que haga una sesión de fotos para el calendario. ¿Será que para cuando llegue a la temporada de verano estará sin nada más que con bóxer posando? Se me suben los colores a la cara al pensarlo. Invierno totalmente abrigado y serio. Otoño, reflexivo. Primavera, con un toque de ternura. Verano, liberador y caliente. ¡Maldita sea! Debo concentrarme en cosas importantes. Sacudo ligeramente la cabeza para borrar esos pensamientos indebidos. Al final, termino asintiendo y sonriendo sin enterarme de lo que me han dicho. ¿Cómo puedo quitármelo de encima? ¿Será bueno viajar con él
—¡Que sí! — contesto exasperada —. Dilo ya. La verdad es que no, pero debo tener lo máximo de información posible. Ya bastante difícil es mantenerme cuerda por mi cuenta, como para, además, quedarme con las dudas. Él parece vacilar, mientras ladea y aprieta un poco los labios. —Como digas — suspira —. Bien, lo primero que hicimos fue hablar de lo que pasó por la tarde. Me disculpé, pero eso ya lo sabes, ¿cierto? —Claro que sí — miento. Carraspea una vez y luego otra y se lleva una mano a la garganta. —Me dio sed — anuncia y me mira de soslayo. —Bien por ti. Suéltalo. —¿Podrías darme algo de beber? — pregunta, desviando la conversación. —No, dime — me cruzo de brazos. —Te diré — carraspea de nuevo —. Pero en serio, necesito beber algo ahora. Frunzo el ceño. Lo está haciendo a propósito. —La bolsa está atrás, puedes alcanzarla — respondo de malas y miro al frente. Un auto rojo va por delante de nosotros. —Verás, estoy conduciendo, no puedo estacionar a un lado de