La ducha helada golpeaba la nuca de Thomas con fuerza, pero no lo hacía temblar. Necesitaba la descarga, necesitaba bajar la presión. Había jugado el segundo tiempo en modo automático, corriendo por inercia, cumpliendo sin brillar. El try que evitó en los últimos minutos les dio la victoria, pero ni lo sintió. Todo lo que quedaba en él era rabia, entumecida por la traición.
Gabriel se había mantenido lejos durante todo el partido. No le dirigió una palabra, ni una mirada. Pero Thomas lo había sentido igual, como se siente el filo de un cuchillo apoyado en la espalda. El capitán no se acercó ni para felicitarlo cuando lo sacaron al final. Solo lo observó de lejos, con esa sonrisa apenas curvada que usaba para ocultar lo que realmente pensaba.
Thomas cerró la llave de la ducha y sacudió la cabeza como un perro. Agarró la toalla, se la pasó por el rostro, y fue entonces que notó algo extraño en el ambiente. Un silencio. El tipo de silencio que precede a la tormenta.
Cuando salió de la zo