El salón principal estaba bañado en una luz ámbar que hacía que todo —desde las copas hasta las sonrisas— pareciera más caro de lo que realmente era. Los arreglos florales, las bandejas con aperitivos mínimos, la música de cuerdas que se deslizaba por los rincones como un perfume caro: todo había sido pensado para impresionar sin alardes. Justo como a él le gustaba.
Gabriel entró al evento con una sonrisa pulida y una leve presión en la espalda de Sophia, guiándola con naturalidad entre el gentío. Su presencia, como siempre, era medida. Eficiente. Ella lo acompañaba a paso firme, vestida con ese satén terracota que él mismo había aprobado explícitamente cuando Alfonsina se lo mostró a Sophia por mensaje dos días antes. Lo había observado en detalle, incluso en el perchero: era elegante, pero no llamativo. Sensual, pero sin provocación directa. El tipo de vestido que hacía que los demás pensaran en buen gusto, en alguien “bien”, en alguien que sabía ubicarse.
Y eso era exactamente lo q