Capítulo 23. Supongo que acepto
La amaba, mi madre era la única capaz de hacer de estos momentos tensos, críticos y dolorosos, un mar de risas.
Me alejé un poco de ella y negué. —Ya tengo el nombre.
—¿Ah, sí? —enarcó una ceja—. ¿Puedo saber contra quién se debate Julien y Anastacio?
—Se puede. —asentí—. Se llamará Ángel.
Por primera vez en la noche la vi volverse un mar de lágrimas al igual que yo; me abrazó y lloró con más ímpetu…
Para ella era importante.
(...)
Me levanté de la cama, apartando el brazo de Susan, quien se había quedado haciéndome compañía. Habíamos comido golosinas y unos cuantos sándwiches que habían sobrado del festejo de la boda, entretanto yo le contaba lo que había sucedido en el refugio; había retrocedido un poco a Londres y había contado incluso lo que sucedió en el avión, de camino acá.
La castaña me escuchó atenta, llevando comida a su boca; se burló cuando le conté lo del avión y me golpeó en un brazo cuando le dije que Dave sabía toda mi historia.
Me acusó de confianzuda.
No entendí bie