Narrado por Omar Hneidi:
No me sentía tan jodido desde que era un adolescente que no sabía si en algún punto de mi vida podría aspirar a la vida que quería, mientras llevaba paquetes con coca de un lugar a otro. Cuando era un mandadero.
No hay silencio en mi cabeza. Solo ruido. Mil pensamientos por minuto. Todos chocan entre sí como autos en una autopista sin ley, sin árbitro, sin ningún tipo de cuidado. Fatima sigue gritando. Me exige que la suelte, que esto es absurdo, que no tiene sentido. Pero yo no estoy para escuchar quejas. Estoy harto. Harto de su voz, de su actitud desafiante, de su manera de mirarme como si yo fuera el monstruo de su historia. Como si ella misma no me hubiera orillado desde hace años a tratarla así.
—¡Suéltame! ¡Esto es absurdo! —me grita, con los ojos encendidos.
—¡Cállate, Fatima! —le respondo, y sin pensarlo, le doy una cachetada. El sonido resuena en la sala como un disparo.
Ella se queda quieta por un segundo. Luego, como si el golpe hubiera liberado