Narrado por Dana:
El auto avanza por las calles silenciosas de la ciudad, y yo no dejo de mirar por la ventana, aunque no estoy viendo nada. Mi mente está en otro lugar. En otra sala. En otro sofá. Con ella.
Fátima. Mi pobre nieta.
La he dejado sola. Y aunque sé que era lo correcto, me duele. Me duele como si me hubieran arrancado algo del pecho. Ella no lo dijo, pero lo vi en sus ojos. Esa mezcla de abandono y miedo. Esa necesidad de que alguien se quede. Pero no puedo. No esta vez. No puedo ser una carga para ella, no cuando ni ella misma puede sostenerse.
Mariano conduce con el rostro serio, concentrado en el camino, pero sé que también está pensando en ella. Lo noto en la forma en que aprieta el volante. En cómo su respiración se vuelve más pesada cada vez que el silencio se alarga.
—¿Crees que estará bien? —pregunto, rompiendo el silencio.
—No lo sé. Tengo mucho miedo. —responde, sin apartar la vista del camino. —, pero voy a hacer todo lo que esté en mis manos para que sí lo