—Puedes dejar de temblar, Fatima. No haré nada que no quieras. —murmura Hans con una sonrisa traviesa, sacándome de mi duda y ensoñación.
Enderezo mi postura y me esfuerzo en buscar una emoción en sus ojos. Parece divertido, y no sé sí eso sea bueno o malo...
—Acepto, Mariano. —digo con efusividad, él me observa interesado y sin quererlo, doy un traspiés hacia el frente, cayendo de bruces en la silla que se encuentra justo en frente de su escritorio.
—¿Estás bien, Fatima? —me interroga con una sonrisa.
Suspiro avergonzada, mi torpeza parece no tener límites... Siempre he sido una chica torpe, pero ahora soy una mujer, abogada de un pequeño conglomerado dedicado a la conservación del Medio Ambiente, debería de tener otro aspecto... Y quizás así fuera, si no tuviera que dejar la mitad de mi salario en las medicinas de mi abuela y en el alquiler del piso donde vivo desde que salí del internado.
—Estoy perfecta, ¿me pasas la dirección en un W******p? —le interrogo a Mariano de manera involuntaria, una parte de mí, desea tener su número telefónico, y otra parte de mí, se reprende por estar actuando como una adolescente tonta.
—Lo hará mi secretaria, Fatima. Te veo a las ocho. —asiente Mariano y se pone de pie de manera ligera y planta un beso en mi mejilla, teniendo como resultado que me quede completamente helada en el medio de su oficina.
Salgo apresurada del lugar de la perdición, observo a Margareth en medio de la recepción y le dedico una media sonrisa, no soy una mujer rencorosa. Camino hasta donde he estacionado mi viejo automóvil, mortificada por la cena de esta noche... No estaba en mis planes cenar con Mariano, y menos después de haber hablado tan poco, ¿por qué después de tantos años sigo sintiéndome como la primera vez?
Mariano sigue siendo el mismo hombre agradable, divertido, humilde, sencillo, que alguna vez conocí. Pero no puedo olvidar como me dejó ahí, dejando que mi vida se cayera a pedazos...
¿Pero acaso podía pedirle que me cumpliera casándose conmigo como lo establece mi cultura?
Me burlo de mi propia ironía y decido conducir al lugar donde vivo con mi abuela. Mi abuela materna llegó de Armenia hace solo un año y desde entonces vivimos juntas. Ella tampoco sabe nada de mis padres, o eso es lo que dice, quizás sabe que no quieren saber nada de mí y me ahorra el sufrimiento. Su padecer de diabetes e hipertensión ha convertido en una montaña rusa nuestra situación económica y la convivencia, no obstante, haría cualquier cosa por ella, es el único familiar que tengo hoy en día y siempre ha sido amable y cariñosa conmigo.
Al llegar al pequeño apartamento, entro en pánico al pensar en que tengo que estar presentable para cenar con Mariano... Aunque mi interés sea únicamente de trabajo, necesito lograr esto, por mis compañeros que tanto empeño han puesto en investigaciones y acuerdos, y por la localidad afectada.
—¿Por qué tan temprano, Fatima? —me interroga la dulce voz de mi abuela apenas abro el pestillo.
—Tuve una reunión y fue breve. O... Quizás la forma correcta de explicarlo es que la han pospuesto para esta noche. —contesto distraída y entro directamente a mi habitación.
Abro el clóset con desespero, no tengo ni una sola cosa apropiada para ir a cenar con un hombre tan importante como Mariano. Y mucho menos tengo dinero para comprar un vestido... Joder, he gastado ya mi pago del mes, y apenas estamos a veinte...
Dejo salir un suspiro cansado, creí que estar en el internado era lo más agotador que podía vivir, que la vida afuera después de estar graduada iba a ser excelsa y fácil.
Declino por usar unos pantalones de vestir con la camisa más elegante que yo considero y mis viejos stilettos de tacón blanco.
—¿Todo está bien, querida? —me inquiere mi abuela con preocupación.
—Perfecto, estoy un poco nerviosa, no hay nada más que eso. —le respondo apresurada, mis manos me pican.
—¿Estás segura, Fatima?, nunca has sabido guardar secretos, estás extraña. —murmura mi abuela con sorna.
—Me he encontrado con Mariano Hans, y voy a cenar con él esta noche... —suelto de forma precipitada y me lanzo en la desordenada cama.
Mi abuela se lleva las manos a la boca con absoluta sorpresa y deja salir un alarido.
—¡Es un hombre rico, Fatima! —exclama insegura.
—Así es, el hombre por el que mis padres me sacaron de sus vidas y por el que aún me rechazan.
—Tus padres son unos idiotas que no saben de la gran mujer en la que te has convertido, Fatima. Te mereces ser feliz y dejar atrás esa tontería. Eras una jovencita en ese momento, ellos han hecho todo esto porque son unos estúpidos que van a arrepentirse a la larga de su brutalidad. —asegura mi abuela y me da un breve abrazo.
—De igual forma, Mariano es únicamente un tema laboral. Ya estoy grandecita para tener ilusiones de adolescente. —digo y me levanto para recoger mi desastre.
—Nunca es tarde para estar enamorados, mi niña. Ese hombre y tú se han reencontrado por algo... Todo en esta vida pasa por algo. —, ni porque te quiten, ni porque te pongan, nunca lo olvides, Fatima.
Mi abuela se retira sin más, dejándome sola con mis pensamientos.
No puedo ser vulnerable a la sensualidad de Mariano, su carisma no puede volver a arruinarme. Ya no tengo quince años, ni dieciocho años, para llorar o sentirme mal por la pérdida de algo que nunca ha sido mío. Mi vida hoy en día está demasiado jodida para hundirla con mal de amor.
Me ocupo en arreglarme lo suficientemente, me pinto las uñas de las manos y seco mi melena castaña con positivismo de que el frizz no haga de las suyas.
Al final del día, termino agradecida del resultado.
Recibo una llamada de mi jefe.
—¿Fatima, te has reunido con ese pedante hombre? —me interroga el señor Evans con pesadez.
—Así es, esta noche vamos a llegar a un acuerdo. Le llamaré apenas tenga una resolución completa.
El señor Evans cuelga la llamada, mi jefe es una piedra en el zapato para todos los empleados de Acuarela y Asociados. El equipo general está lleno de gente cálida y capacitada, no obstante, la gerencia es nepotismo en su máxima expresión.
—¿Ya te vas, cariño?, ¡mucha suerte!, Allah te acompañe. —me despide mi abuela y me da un beso en la frente.
—Te quiero, Dana. —murmuro y le beso de vuelta.
Salgo apresurada, voy retrasada.
Enciendo mi automóvil al tercer intento, el arranque ha estado fallando últimamente.
Conduzco utilizando el G****e Maps, me lleva a una exclusiva residencia del centro de New York, bastante alejado de donde vivo, por supuesto.
El portero me recibe con cordialidad al ver mi placa, termino estacionada frente a una mansión abismal, con altas columnas doradas y majestuosas, ventanales modernos que parecen sacados de una película, un jardín de ensueño, absolutamente todo en este lugar desborda buen gusto y te hace sentir que estás en una especie de paraíso privado...
Después de quedarme boquiabierta con el lugar, paso a darme cuenta de que Mariano me ha invitado a cenar a su propia casa... Está tiene que ser su casa...
Apago mi automóvil y un hombre me hace una seña indicándome que estoy estacionada de manera incorrecta. Intento encender nuevamente mi auto, hace un ruido extraño y no enciende.
Me bajo y abro la cubierta, quizás haya entrado otra vez una basura... Justo cuando presiono el botón, un chorro de grasa empapa mis manos y camisa y por poco mi rostro. Lanzo la cubierta generando un terrible escándalo, y el hombre que mencionó que debía moverme de estacionamiento viene hasta mí para ayudarme a calmar el botadero de aceite que se acaba de empezar a generar.
—¿Qué está generando semejante escándalo, Carl? —suelta la serena voz de Mariano, haciendo que mi vergüenza se acreciente. Va a encontrarme llena de suciedad.
Me escondo detrás del capó de mi automóvil, no obstante, mis esfuerzos resultan siendo inútiles...
—¿Fatima, qué te ha pasado? —me inquiere Mariano tapando su boca, puedo intuir que está escondiendo una risa.
—He... Tenido un accidente. —tartamudeo sintiendo repulsión por su sonrisa socarrona, parece estar disfrutando de la penosa situación en la que me encuentro.
—¿Podemos pasar? —me interroga Mariano extendiendo su mano en mi dirección.
—Creo que debería volver otro día. —arrojo y empiezo a caminar intentando cerrar la cubierta de mi automóvil.
—Calmate, Fatima. No pasa nada, entremos, puedo prestarte algo de ropa limpia... ¿Somos amigos, no?, puedes limpiarte y luego cenamos, no tienes porqué avergonzarte. —asegura Mariano y me toma por la mano, haciendo que nuevamente mi auto haga un ruido estruendoso y que mi rostro se termine de encender por la vergüenza.
Me encantaría que las cosas fueran tan fáciles como él las intenta hacer ver... Sin embargo, cada vez que Mariano habla sobre una supuesta amistad entre nosotros, siento que voy a expulsar mi bilis, ¿dónde estuvo ese supuesto amigo en todos los años en los que estuve siendo humillada en ese jodido internado?
Trago saliva e intento llevar la situación con la mayor tranquilidad posible, he venido aquí con un propósito...
—Mariano, me gustaría únicamente discutir contigo lo inherente al retiro de tu empresa del lugar que estamos intentando salvaguardar. —digo de forma tajante.
—Y yo te he dicho que para que podamos firmar esa propuesta, debes cenar conmigo. —me contesta ignorando el tono en el que me he dirigido.
Acepto a regañadientes sintiéndome pequeña y absurda por el estado en el que me encuentro, me dejo guiar por la mano debajo de mi espalda.
—¡Qué hermoso recibidor! —exclamo maravillada sin ser consciente de que he sonado como una niñata.
Él sonríe en mi dirección y únicamente asiente, me señala una bonita y elegante mesa que está puesta para dos personas. Mi corazón se acelera al ser consciente de todo lo que esto significa para mí.
—Voy a limpiarme antes de cenar, no pretenderas que me siente a comer oliendo a aceite de automóvil.
Mariano me señala el baño.
Rápidamente saco mi camisa que ahora se encuentra inservible, me lavo la cara, y en cuestión de dos minutos Mariano toca la puerta para que tome la camisa que ahora yo debo usar.
Abro cuidadosamente, no deseo que él me encuentre semidesnuda, eso no traería nada bueno a nuestra recién iniciada relación laboral.
Su mirada en cuestión de segundos intenta escanearme y me siento indefensa, doy un portazo por mi propia protección.
Me engancho la camisa que él me ha dado, su perfume está impregnado en ella y mis bragas lo hacen notar al sentirme un poco húmeda, este hombre es indignante.
Salgo del baño con la poca vergüenza que me queda, mis muslos se encuentran ligeramente descubiertos después de que decidí sacarme los pantalones ya que también olían a aceite...
—Vaya, vaya... La cena está lista y servida, Fatima. —dice Mariano en voz alta, su voz suena como una insinuación.
Tomo asiento en la silla que él me ofrece, no articulo ninguna palabra.
—Necesito que lleguemos a un acuerdo, Mariano. —repito con seriedad.
—¿Cuántos años tienes? —me interroga ignorando mi requerimiento.
—Veintitres, y ya tú debes tener veintiséis, y ya eres el CEO de una importante empresa.
—¿Qué has estado haciendo en todos estos años?, aunque no lo creas, me alegra verte... —dice Mariano y sus ojos se fijan en mí de manera intensa, mi pecho empieza a hacerme sentir sobresaltada, incrédula de que nuevamente mi sueño esté frente a mí.
Justo cuando estaba a punto de responderle, de empezar a ceder ante sus ojos llenos de intensidad, la puerta enorme se abre con estruendo y una señorita elegante y esbelta aparece cargando más bolsas de compras que su propio peso, su cuerpo es delgado y exuberante, y yo estoy a punto de vomitar al ser consciente del lío en el que me encuentro...
La señorita deja caer las bolsas, y pasa su mirada de Mariano a mí. La mirada de Mariano se endurece.
—¿Qué demonios es esto, Mariano Hans?, ¿decido venir de sorpresa después de un mes sin vernos y me encuentro con que tienes a una zorra en tu casa? —grita la señorita y me fijo directamente en ella, encontrando algo familiar en sus ojos y en la forma en que nos mira.
—Calmate, Kiara, esto no es lo que tú estás pensando... —profiere Mariano y se pone de pie y camina hasta ella.
¿Kiara?
El nombre me golpea como un puño.
¿Él en serio ha dicho Kiara?
La vida no puede jugarme una pasada tan miserable.
Esta mujer no puede ser mi hermana menor. Esto tiene que ser una casualidad.