Élise
La fiesta continúa detrás de mí. Las risas, los vasos que se chocan, las voces alzadas, todo me llega apagado, como a través de una pared demasiado gruesa. Cruzo el pasillo, mis tacones resbalando sobre el parquet encerado. Mi respiración entrecortada me traiciona, como si cada paso me acercara al abismo que deseo y temo a la vez.
Abro una puerta al azar. Una habitación de invitados, sumida en la penumbra. Cortinas corridas. Olor a madera y ropa limpia. Silencio. Por fin.
Pero no estoy sola.
Él está ahí. Gabriel.
De pie junto a la ventana, como si me estuviera esperando.
Nuestras miradas se atrapan de inmediato, voraces, hambrientas. Todo el control que tenía en la sala se desmorona en este cara a cara. Ya no es el espectador inmóvil. Ya no soy la prometida oficial. Solo somos nosotros.
Cierro la puerta tras de mí. El ruido del cerrojo al cerrarse es como una detonación. Él da un paso. Yo doy otro. Y de repente, ya no hay distancia.
Sus manos me agarran de la cintura, febrilment