Gabriel
Ella iba rápido. Demasiado rápido. Como si cada paso adicional pudiera borrar la confesión silenciosa que se había deslizado entre nosotros en la sala de audiencias. Pero conocía ese ritmo, no era una huida verdadera, era una provocación. El paso nervioso, demasiado seco, demasiado marcado. El tipo de andar que espera una mano en el hombro para detenerse.
El pasillo vibraba con una agitación banal: tacones que golpean, carpetas que chocan, voces ahogadas por las puertas cerradas. Pero para mí, todo eso se desvanecía. Solo escuchaba su aliento, irregular, justo frente a mí. Sentía la tensión que aumentaba, palpable como una cuerda demasiado tensa.
Ella giró bruscamente, creyendo encontrar una salida. Pero ese pasillo secundario, lo conocía: más estrecho, más oscuro, raramente transitado. Mal elección. O más bien: elección fatal.
Solo tuve que acelerar un paso. En la esquina, mi mano rozó su brazo, y ese simple contacto fue suficiente para retenerla.
— Élise.
Su nombre, otra vez