Odio New York

Una cama rústica y vieja, con sábanas limpias y un cajón pequeño a lado de la cama, eran todo lo que había, una ventana considerablemente amplia, pero cubierta de barrotes por la parte externa y una puerta más al fondo, donde se encontraba el baño.

Cala era una mujer, de gustos exclusivos, sus padres le habían dado la mejor vida posible, y aunque llevaban dos años muertos, siempre se preocuparon por el bienestar de su única hija, ella era una millonaria heredera, jamás se había preocupado, por dónde dormir o que comer a media noche, en ese momento al ver el lugar donde pasaría la noche le causaba algo más que solo temor, sentía un enorme desprecio por Blake.

—Mi nombre es Cala Bennett —dijo ella, al girar el rostro, el joven la miró y ladeo una mueca de agradecimiento.

—Yo me llamo Lorenzo Tattaglia —dijo él con un ápice de bondad en sus ojos azules.

—Es un apellido, muy especial —dijo Cala, intentado comunicarse con el único hombre que esa noche no había sido un estúpido con ella.

—Lo sé, debo irme ojalá pueda descansar —dijo Lorenzo, ella asintió con la cabeza de una forma casi imperceptible y Lorenzo cerró la puerta dejando a Cala sola, en ese vacío lugar, ella se quitó los tacones, y los lanzó al suelo, caminó hasta la ventana con los pies descalzos aún tomando los varios metros de tela, de su vestido, y pudo ver su reflejo, sus ojos estaban ennegrecidos, su vestido estaba arruinado de la sangre se sus propias manos, el peinado alto, que le había tomado dos horas a la peinadora, parecía un nido arrasado por la tormenta. Cala no paró de llorar, comenzó a quitarse cada broche metido en su cabello, las perlas de sus orejas y el collar qué su cuello aún lucía, también lo retiró, puso las joyas en el filo de la ventana, miró el anillo de compromiso con el que Antonio le había propuesto matrimonio, seis meses atrás, lo observó durante varios minutos, y con él corazón roto, con los ojos secos y con el alma quebrantada, se deshizo de él, pero esto no lo coloco en filo de la ventana cayó al suelo de madera, haciendo un sonido particular, una similar al qué Cala sintió cuando Antonio le dijo que volvería por ella.

"Pudiste tomarme de la mano y hacer que corriera a tu lado, pero solo te fuiste".

Cala se cansó de mirar por la ventana, aunque su pies ya no le punzaban, sentía el cansancio de sus piernas, no solo físico era su desgaste, también era emocional, pasar del mejor al peor día de su vida en un segundo no era fácil, para ella, estaba tan cansada de repasar todo en su cabeza, que casi parecía lejos de la realidad, sus ojos verdes estaban dispersos, su mirada parecía confundida, ella se sentó en el suelo, debajo de la ventana, todo su vestido servía de cojín para amortiguar lo duro de la madera, con los codos encajados sobre sus rodillas, con la piernas dobladas, y las manos sosteniendo su cabeza, Cala miraba a la puerta, el silencio en ese lugar, la hacía escuchar con más fuerza sus pensamientos, y de todo lo que pensaba, estaba segura de que tenía la fortuna de no estar amarrada en lugar oscuro, aunque su corazón en ese momento, estuviera metido en lugar así de aberrante.

La puerta se abrió, ella despejó sus pensamientos, y puso real atención a la puerta.

—Debes estar hambrienta —dijo Blake mientras Lorenzo llevaba una charola con pan, algo de leche y algunas semillas.

Ella no respondió, Lorenzo puso la charola sobre el pequeño cajón al lado de la cama, y ella no se movió.

—No sabes decir gracias —dijo Blake, su torcida forma de mirarla la hizo temblar.

—Gracias —replicó ella, y bajó la mirada.

—Cala, escúchame bien —dijo él, y ella entendió que Blake si recordaba su nombre, imaginó que tal vez Lorenzo lo había mencionado, pero descartó la idea de inmediato.

—Alguien vendrá a curar las heridas de tus manos, date una ducha, y cambiate de ropa —lanzó una bolsa sobre la cama —, duerme lo más que puedas, será un viaje largo —explicó Blake sin entrar a la habitación.

—Te daré lo que quieras, pero déjame ir —replicó ella poniéndose de pie, sin aproximarse a Blake, su voz estaba llena de desesperación.

—Tú eres lo que quiero —respondió él y ladeo una mueca.

—Por favor, lo que sea, solo… —su voz se quebró. Blake tomó la manija de la puerta y cuando estaba a punto de cerrar, las palabras de Cala lo detuvieron.

—Antonio me encontrará —soltó ella.

—¿Eso crees? —dijo él, torciendo una sonrisa.

—No sé quién eres, ni porqué hiciste esto, pero te juro que Antonio me encontrará —replicó, ella.

—Eso es lo que espero, acaso no entiendes lo que haces aquí —explicó, con ironía.

Cala guardó silencio.

—¿A dónde me llevarás? —preguntó con resignación, a su mente vino la imagen de Antonio escapando, y se cuestionó, si en verdad la buscaría, si podría albergar la esperanza de ser rescatada por el hombre que estuvo a punto de convertirse en su esposo.

—Bueno, odio New York, cualquier lugar en el mundo es mejor que esta basura —dijo Blake, con mesura como si hablara con alguien que conocía de toda la vida.

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