—Mierda.
—Sí, mierda —Belial miró todo alrededor con gesto sombrío—. A Gunnar se lo llevaron a la fuerza.
—¡Mierda! —Bael descargó la furia contra una mesa ya derribada, pateándola hasta astillarla más—. Soy un maldito idiota, debí hacerle caso a Dan cuando me lo advirtió.
El lugar donde estaban no ayudaba a calmar los ánimos; una cabaña abandonada hacía décadas en medio de la Antártida, cubierta de hielo y con las paredes comidas por la humedad. El viento colaba un silbido lúgubre entre las grietas, como si la misma naturaleza supiera que algo terrible había ocurrido allí.
—¿Por qué Gunnar estaba aquí? —Belial frunció el ceño, recorriendo con la mirada las sombras del interior.
—Esta era el lugar donde ocultó a Jessy y a Dan cuando… ya sabes —Bael suspiró cerrando los ojos, como si el recuerdo lo pesara—. ¿Por qué carajos no sentí que Gunnar estaba en peligro?
—Posiblemente porque ya no eres un semidemonio —explicó Belial—. Su conexión era gracias a tu naturaleza demoníaca. Cuando tu