Pasaron varios días desde que Diego y Sasha descubrieron que sus hijas, Emilia y Lara, estaban destinadas a convertirse en el cuarto guardián. Cada día en el refugio era una mezcla de tensión contenida y pequeños intentos de normalidad. Sasha cocinaba para todos, Eugenia revisaba los símbolos una y otra vez, Alma y Aitana conversaban en susurros sobre posibles rituales mientras Elías descansaba, agotado por el peso del sello en su cuerpo.
Karen y Ashen discutían estrategias. Querían estar listas si el refugio era atacado. Ashen, aunque no portaba ningún símbolo, se había convertido en un sostén moral y logístico para todos. Sus palabras siempre daban calma, aunque a veces sus ojos brillaban con una tristeza que pocos comprendían del todo.
Elizabeth, en cambio, había adoptado a Emilia y Lara casi como sus propias hijas. Jugaba con ellas, les contaba historias e intentaba alejarlas aunque fuera por un rato del peso de su destino.
Pero nada de eso podía borrar la verdad que colgaba sobre