La mañana había llegado con una extraña claridad. El sol, tímido durante días, asomó su luz dorada entre las nubes, iluminando el refugio con un calor suave, casi irreal. La niebla… había desaparecido.
Diego fue el primero en notarlo. Se asomó desde una de las pequeñas torres de vigilancia construidas alrededor del refugio y parpadeó varias veces, incrédulo. Durante tanto tiempo, la presencia opresiva de aquella niebla había sido una constante: una manta gris, densa y helada, que traía consigo los horrores más indescriptibles. Pero ahora... el mundo parecía en calma.
Ashen también lo notó. Salió con cautela al borde del sello y observó cómo la maleza, antes marchita y cubierta de moho, parecía revitalizarse. Los sonidos del bosque, tan silenciados durante días, volvían lentamente. Pájaros, el murmullo del viento, el crujido de hojas secas.
—¿Puede ser que... se haya terminado? —preguntó Sasha, saliendo con Lara e Emilia, que por primera vez en mucho tiempo se atrevieron a pisar el sue