Doy el primer paso dentro. La luz azul del interior me consume por completo, me envuelve, y el mundo exterior se silencia. No hay viento, no hay sonido, solo una presencia abrumadora que parece penetrar en mi mente y en mi espíritu.
—Luna Suprema —retumba desde todas partes y ninguna a la vez. Es profunda, antigua, cargada de sabiduría y juicio—. ¿Has venido a conectarte con lo que antaño se nos otorgó por gracia del Sol Eterno? —Sí, he venido —respondo con determinación—. En nombre de mi manada y de los linajes que protegemos, quiero conectarme con estas cuevas. La conexión con la bendición de Ra no puede perderse. Es nuestro deber. Un círculo resplandeciente se forma en el centro del suelo. Es un símbolo antiguo, un entrelazado de la Luna y el Sol rodeado por runas ancestrales. El calor que proviene de él no quema, sino que reconforta, abrazándome como si me invitara a rendir mi ser completo. Cierro mis ojos nuevamente, dejando que m