Sus palabras caen como un jarro de agua fría sobre mi cabeza. Siento un nudo formarse en mi garganta mientras intento encontrar algo, lo que sea, con qué detenerla. Pero Ast está decidida. Lo sé. Lo siento.
—Ast, ¿de verdad estás dispuesta a romper nuestra confianza así? —le digo, tratando de apelar a su lado más razonable.—¡Pues ya lo sabes! —dice como una sentencia—. A partir de hoy, tomaré el control la mitad del día, ya sea de noche o de día. ¡Estás avisada!—Ast, eso tenemos que hablarlo —digo sin poder creer que mi loba se revele de esa manera—. ¡Es mi cuerpo! ¡No vas a andar haciendo lo que quieras con él!—¡Nuestro, es nuestro cuerpo! ¡Yo te dejo que hagas lo que quieras con él! —me responde con una fiereza que me deja anonadada, y sigue diciendo en el mismo tono&