Las sombras de la guerra seguían rondando mi mente aunque habíamos escapado. Mi reina necesitaba descansar, aunque se negara. Debía buscar la manera de lograrlo.
—¿Quieres o no el té? —pregunté de nuevo, listo para hacerlo.—Ya tomé dos en casa de mis padres y no se me pasa —dice con una voz quejumbrosa.—¡Ven para la cama! —la llamo con preocupación.—Está bien —dice, asomándose en la puerta demacrada—. No sé por qué estoy así, si no es la primera vez que realizo este viaje.Me acerqué para sostenerla cuando finalmente cruzó el umbral del baño. Su rostro estaba pálido, y sus ojos, que usualmente brillaban con una intensidad avasalladora, parecían apagados, casi ausentes. Algo no estaba bien, y mi instinto lo sabía. Netfis era de hierro, inquebrantable, y verla as&iacu