La mirada de mi suegra se entrecerró, buscando respuestas entre sus memorias. Luego giró hacia su esposo, Amón, en busca de apoyo. Después de todo, él era quien le había dado ese regalo a su hija. Mi Luna siguió mi mirada hacia su padre y gritó desesperada:
—Papá, por favor, desactiva el amuleto de Wadjet —pidió, tendiendo una mano hacia su padre, Amón. —¡No puedo, hija! —contestó Amón, tomando la mano temblorosa de su hija. Luego agregó—: Solo tú lo puedes hacer. Las palabras de Amón nos asombraron. Mi Luna dejó caer la cabeza hacia atrás por un instante, sus jadeos llenando el silencio que había quedado entre los presentes. Sabía lo que significaba: la responsabilidad de nuestra salvación recaía completamente en ella y en los pequeños que llevaba en su