Por fin había terminado su celo. Tanto él como su lobo estaban agotados de estar encerrados. Jacking llamó a su beta Amet para que lo liberara. Cuando lo vio, le asombraron las grandes ojeras que tenía. Le preocupaba su hermano. ¿Qué le estaría pasando?
—¿Qué te sucede, Amet? ¿Por qué estás tan demacrado? ¿Es por lo del conjuro de sumisión? ¿Algún efecto secundario? —lo llenó de preguntas, realmente preocupado. —No, Jacking, no pasa nada. Un poco de sueño, nada más —contestó Amet con voz cansada. —Amet, ¿sabes que a mí no me puedes engañar? —preguntó Jacking mirándolo fijamente, intentando descifrar qué le ocurría—. Te conozco muy bien, y sé que no es eso. Cuando quieras decírmelo, estaré esperando. Sab