Julieta se había quedado congelada en el mismo lugar donde Horacio la había dejado al desvanecerse en la nada. Su corazón latía acelerado y un miedo visceral la atenazaba sin que pudiera impedirlo. Su loba, Salet, tomó el control y la obligó a sentarse cerca de la chimenea.
—¿Por qué no acabas de contarle la verdad a nuestra mitad, Julieta? —preguntó la loba Salet a su humana.—¡No puedo, Salet, no puedo! —respondió Julieta mientras se mordía las uñas, como hacía siempre que estaba nerviosa.—¿Por qué? —gruñó su loba—. ¡Estoy segura de que él lo va a entender y nos va a ayudar!—¡No! Y no se te ocurra decírselo a Hor. —Julieta amenazó mirando hacia la puerta, esperando el regreso de Horacio, pero todo seguía en silencio.—¡Nunca te