CAPÍTULO 41 — El anillo de bodas
Gabriel salió de la ducha envuelto en el vapor tibio que todavía impregnaba el baño. Se secó el cabello con una toalla blanca, se miró al espejo y respiró hondo. Había dormido poco, pero no se sentía cansado. Se vistió con calma, colocándose su camisa perfectamente planchada, abotonando uno a uno los puños con precisión. Aquella rutina le resultaba casi terapéutica, un refugio silencioso ante el caos que solía esperarlo en la empresa.
Mientras ajustaba su reloj en la muñeca, su mirada se detuvo en la mesita de noche de Isabella. No sabía por qué, pero algo le llamó la atención. Había un brillo metálico, un pequeño destello que no recordaba haber visto allí antes. Se acercó.
Sobre la madera pulida descansaba un anillo dorado. No era el de Isabella. Era demasiado grande para sus dedos delicados. Gabriel lo tomó entre los dedos con cuidado. Sintió el peso del metal, y al girarlo, notó una inscripción en el interior: A. G. — I. L.
Su pulso se detuvo.
Aquel