Capítulo 2

Han pasado dos días desde mi encuentro con Clark Devilson. Y debo decir que realmente me alegra no habermelo cruzado de nuevo. Es suficiente con el estrés del hospital, y el tiempo que demanda mi hijo como para también tener que soportar un mar de testosterona detrás de mí.

Mantengo mi mirada al frente mientras conduzco. Solo la desvío para ver de reojo a Sam en el asiento del copiloto. Su piel blanca como la nieve luce brillante al contraste de aquel cabello negro azabache como el mío. Él nota que lo observo y encuentra mi mirada. Sus ojos son miel dorados, y creo que sobra decir a los que quien me recuerdan...

El universo es irónico y gracioso cuando le conviene.

Ver su carita feliz me alegra el alma. 

—¿Qué me vez mamá?

Sonrío—¿No puedo ver al niño más hermoso del mundo? Mi querido hijo. 

Sam ríe apenado.—Los hombres no somos hermosos mamá. Esos dicen los otros chicos. Los hombres somos guapos.

—¡Oh, perdón su majestad! Quise decir, al hombre más guapo y rudo del mundo.

Sam se sonrojó mientras continuaba jugando con su cubo rubik, un pequeño puzzle que para mí sorpresa él era capaz de armar con aparente facilidad. Un hecho que su maestra ya había notado y por lo cual le felicitaba siempre. "Su hijo es muy inteligente" me decía todo el tiempo. No podría estar más orgullosa.

De pronto, siento un escalofrío que me recorre los brazos. No estoy segura, pero percibo que alguien nos observa. Busco disimuladamente a través de las ventajas. Y entonces me percato de una camioneta negra a mi derecha. Dentro, un par de hombres me miran de reojo. Y aunque mantengo mi cabello en una coleta, unos anteojos oscuros y una chaqueta que oculta mis pechos, siento como ambos me detallan. Y la lujuria se emana de sus cuerpos como un perfume que hace que mi estómago cruja hambriento.

Pero hay algo raro en estos hombres. También usan gafas negras y visten de traje formar. Cuando nos detenemos ante la luz roja del semáforo, el conductor se quita las gafas y me sonríe.

—Buenos días señorita ¿Cómo le va?

Le sonrió e imito su acción retirandome las gafas de sol. Mis rojos lucen azul, mientras oculto su verdadero color.

Lo veo contemplarme y su compañero trata de mirar sobre su hombre intentando a toda costa verme. Como si yo fuese un animal exótico en el parque. Y no lo entiendo. Se supone que mis feromonas están retraídas. Pero es difícil pasar desapercibida cuando posees una belleza sobrenatural. Algo que en ocasiones puede resultar realmente molesto. El lívido de los hombres en momentos, se me hace realmente repulsivo. Ellos solo piensan en sexo.

—Excelente, caballeros. ¿Y a ustedes?

—Espléndido. Puedo preguntar ¿Es usted de por aquí?

—La verdad es que sí. Mucho gusto —le extendí la mano, esperando ver su reacción.

Justo cuando la estrechó, su compañero lo tomó por el brazo y lo apartó.

—¡Thomas no!

Pero solo con el roce de su piel, oraciones e imágenes recorrieron los surcos silenciosos de mi conciencia. Y sumado a su reacción, comprendí el porqué ellos me estaban siguiendo.

Y dejé salir mi poder. Mis ojos cambiaron de color a un rosa diamante, mi belleza comenzó a brotar como la luz del amanecer y mi cabello se oscureció cómo la noche más negra. Como un somnífero, mis palabras se volvieron fácilmente hipnotizantes. 

—Dios santo...—susurró boquiabierto el conductor.—Es... realmente hermosa. 

Y su colega acotó.— Más que hermosa... es una Diosa de mujer.

El deseo, la lujuria y el morbo brotaba a chorros de sus cuerpos. Y sabía lo que estaba sucediendo entre sus pantalones. Afile cada palabra en mi siguiente oración.

—Mis preciosos caballeros. Serían tan amables de decirme ¿Por qué me están siguiendo?

Por un instante ambos hombres parecen dudar pero entonces, completamente embelesados, el copiloto responde.

—Por qué... debíamos asegurarnos de que eras a quien buscábamos. La mujer súcubo.

No. Esto no podía estar pasando. Alguien sabía lo que yo era y ya habían mandado a dos sujetos tras de mí ¡Demonios! Esto en serio no era justo.

La ira brotó en mi interior. El deseo de hacerles daño se manifestó como una pequeña víbora que asoma lentamente los corrillos.

—Mamá, la luz cambió.

Al oír la voz de Sam, regresé en mí y recordé que íbamos de camino a la escuela. Ahora no sabía si debía llevarlo.

Mientras avanzaba, el auto de mis perseguidos nos seguía de cerca. 

—Y díganme, par de guapos y elegantes caballeros ¿Quién los mando a seguirme?

—Eso no se lo podemos decir, señorita. Lo siento.

—Vamos, si lo hacen... podría considerar besar a ambos en esos labios tan carnosos que tenéis.

Padre todopoderoso, que mi hijo no le preste atención a toda esta basura que estoy diciendo.

Esta noticia encendió la chispa de la sorpresa en ambos. Una sonrisa se dibujó en sus rostros, claramente complacidos.

Esta vez se pelearon por quién hablaría primero. El conductor ganó la discusión.

—Preciosa, te lo diré. Pero esto debe quedar entre nosotros.

Oh claro, como no. Imbécil.

—Por supuesto, precioso.

—El señor Jeremy Bertelli. Él nos pidió seguirla y comprobar si era usted a quién buscábamos.

Ese nombre. De algún lugar lo había oído. Aunque no estaba segura de en dónde.

—¿Y para qué quiere encontrarme vuestro señor?

—Por que... piensa que usted podría ayudarlo. 

—¿Ayudarlo en qué?

—No estoy seguro. Solo sabemos que tiene planes para usted. Y si usted no coopera... se llevará a su hijo como un seguro para que de esa forma se motive a colaborar.

Hijos de...

Iba a pedirles que conducirán hasta el puente y se arrojarán. Pero me contuve. Los detallé bien y noté como sus ojos comenzaban a tornarse amarillos. Esos desgraciados eran hombres lobo. Lo que me faltaba. 

Traté de calmarme. Debía lidiar con esta situación de la forma más cuidadosa.

Los miré, y más feromonas inundaron el viento tomando el control de su voluntad. Por suerte Sam eran inmune, ya que después de todo era mi hijo. Y mi poder no funcionaba en niños ni en mujeres. Obviando a las lesbianas, claro. 

—Mirenme fijamente. Y quiero que recuerden cada palabra. Me dejarán ir y no me seguirán. Durante toda nuestra charla, ambos pudieron constatar que soy una mujer totalmente ordinaria. Así que cuando regrese con su jefe, van a decirle que no encontraron a quien buscaban, y que están seguros que debe ser otra persona. Ninguno de los dos se acercara a mi hijo y no le pondrán un dedo encima ¿Entendido?

Embelesados, ambos hombres asintieron.

—Sí, señorita. Lo que usted diga.—afirmaron en unísono.

—Ahora les pido que se retiren.

Sin dudar, la camioneta negra dobló en la siguiente esquina y aquéllos hombres se marcharon. Estaba en la mira de algún hombre. Y aunque eso no era nada nuevo, tampoco me emocionaba en lo absoluto. Hoy Sam no iría a la escuela. Era hora de regresar a casa. Así que llamé al trabajo y avisé que me tomaría el día por un repentino resfriado. De todas formas me lo descontarían del sueldo. Para lo que me importaba.

Era de noche y Sam veía la televisión en la sala. Mientras, yo solo podía pensar en todo lo que estaba pasando mientras daba vueltas desde la cocina, al patio trasero, y a la entrada. Miraba por la ventana en busca de algo sospechoso. El teléfono se me hacía pesado. No quería llamar a ese hombre. Pero la situación no me estaba dejando otra opción. En estos momentos, necesitaba a la policía. 

Así que luego de pensarlo por media hora más, llamé al oficial Clark Devilson.

—Dichosa mi noche, en lo que he visto que llamabas.

Él siempre con sus frases endulzadas con miel. Algo que solo le favorecía a esa voz grave y profunda.

—No lo haría si no fuerse una emergencia.

—Ignoraré esa amargura, señorita Grace. Mejor explicate ¿qué a pasado?

—Alguien está tratando de secuestrarme. Hoy me estaban siguiendo.

—¡Oh vamos, Grace! No me asustes así. Pensé que era otra cosa.

—¡Y eso te parece poco!

—Por favor. Cada hombre con el que te has acostado te ha amenazado con secuestrarte ¡Incluso yo! Y no es que eso me haga sentir orgulloso. Pero recuerda que eres... eh, bueno. Que eres como la droga más adictiva. Haces que los hombres pierdan la cabeza. Es parte de tu naturaleza.

—¡Oh, gracias! ¡Pero exquisita y todo, igual me pusiste los cachos!

—¡Diablos Alice, no empieces con eso! ¡Sabés que fue por razones políticas!

—¡No vengas con tus cuentos de camino, idiota! Cacho es cacho en todas las culturas y países.

—Sabés que no tenía opción. Debía hacerlo, o me expulsarían de la manada.

—Igual te expulsaron, Clark.

—¡Gracias por recordármelo! Pero eso fue, precisamente por qué me cansé de hacer todo lo que me pedían.

—Sabes qué, olvídalo. No te necesito. Adiós.

—Vale, adiós. Al fin y al cabo, mujer tenías que ser. Demonio o lo que sea, son iguales todas.

—¡Ja, y mira quién lo dice! Lobo o perro, todos los hombres son lo mismo ¡Así que púdrete, Clark!

Y colgué el teléfono. 

Estaba hirviendo de rabia. Pero no pensaba rogarle a ese descarado. Supongo que debía ser así, como siempre. Solo Sam y yo, contra el mundo.

Solo esperaba no tener que mancharme las manos de sangre.

Aunque si debía llegar

hasta ese punto para proteger a mi hijo... no dudaría en hacer lo necesario.

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