Desperté con la sensación de que me mecía por el lejano sonido de las olas del mar.
Él abrió sus ojos un momento después.
Ambos nos miramos en silencio y así mismo nos levantamos, comimos y nos tomamos de las manos al salir de la casa. No intercambiamos más que un par de miradas mientras íbamos hacia la playa. El viento soplaba con fuerza y el sol estaba ocultándose con lentitud. Ambos nos descalzamos y caminamos por la orilla, mirando el firmamento. Decidí dejar mis recuerdos ahogarse por un momento en ese atardecer.
A la mañana siguiente volvimos a Milán. Matteo y Alessandra nos recibieron en la estación y no pude evitar sorprenderme al ver que Matteo sostenía la mano de Alessa; ella lo había soltado rápidamente al verme pero él había vuelto a tomarla con la misma rapidez, instalando una expresión nerviosa en el rostro de mi amiga y una sonrisa ladina en los labios de él.
Alessa no habló en todo el camino de vuelta. Nadie lo hizo.
Ya en casa, me ayudó a desempacar pero aún seguí