La mañana amaneció gris en Grayhaven. La neblina aún cubría parte del puerto, como si no quisiera retirarse del todo, y el olor a sal y madera húmeda se colaba por las rendijas de la ventana de la posada. Allyson Drake se levantó antes de que el reloj marcara las seis, incapaz de dormir más. El peso de la llamada de la noche anterior con el FBI seguía oprimiéndole el pecho.
Se vistió con ropa sencilla, un suéter claro y pantalones oscuros, y bajó a desayunar. La posadera, una mujer robusta de sonrisa discreta, le sirvió café y tostadas sin hacer demasiadas preguntas. Allyson agradecía esa distancia; no estaba para conversaciones triviales.
Mientras removía el café, repasaba mentalmente la información recibida: tres muertes con patrones extraños, símbolos desconocidos, vínculos posibles con la Fundación Halcón Gris. No podía dejar de pensar en Ethan y su asistente Lizzie. Había algo en la manera en que Lizzie la observaba, como si intentara medirla, calcular qué tan peligrosa podría se