—¡Mientes! ¡Elliot no es tu hijo! —rugió Edilene, con los ojos encendidos de rabia, como si el mundo entero le hubiera sido arrebatado en un solo segundo.
Alfonso los miró a ambos, paralizado, como si acabara de recibir un disparo en el pecho. Su respiración era irregular. El caos se le había metido al cuerpo y no sabía en quién creer.
—Alfonso, por favor… —suplicó Edilene, dando un paso hacia él—. Elliot es tu hijo. Hicimos una prueba de ADN. Salió positiva. No le creas a César, él no puede aceptar que lo nuestro terminó. Está desesperado… está mintiendo.
Pero la mirada de Alfonso ya se había tornado oscura. No dijo una palabra. Solo se volvió hacia César con el rostro endurecido por la rabia contenida… y le lanzó un puñetazo directo al rostro. El golpe resonó como un latigazo.
César cayó al suelo con un gemido ahogado, sujetándose la cara ensangrentada.
Un murmullo de horror se esparció entre los presentes.
Los guardias no tardaron en intervenir. Corrieron hacia el caos, tomaron a Cé