—¡Hijo, por favor! No me hables así… —suplicó Alfonso con la voz rota—. Me haces sentir triste, cariño… muy triste.
Sus ojos buscaron los del pequeño con desesperación, pero Freddy negó con la cabeza, dando un paso atrás, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Haces llorar a mami! Eres malo… —sollozó el niño.
Su llanto fue como un cuchillo que se hundía en el pecho de Alfonso. Intentó abrazarlo, pero Freddy se encogió, tembloroso, alejándose de su padre como si su toque quemara.
En ese instante, Anahí apareció y Freddy corrió hacia ella como si solo sus brazos pudieran salvarlo de un mundo que no comprendía.
—¡Mami, mami! —gritó, entre sollozos.
Anahí lo cargó de inmediato, sintiendo cómo el cuerpecito temblaba en sus brazos. El dolor de su hijo era su propio dolor, multiplicado por mil.
—¿¡Qué le hiciste?! —le reclamó a Alfonso, furiosa.
Freddy, con su voz entrecortada, dijo lo que más temía escuchar.
—Papi te hizo llorar, mami… papi nos quiere separar.
La acusación se clavó como una lanz