Al día siguiente, el sol apenas se asomaba entre las cortinas cuando Hernán ya estaba listo, vestido con su pijamita azul de dinosaurios, sosteniendo su peluche favorito con fuerza entre sus pequeños brazos. A pesar de su corta edad, parecía entender que ese día era diferente… importante.
En la sala, sus hermanitos lo esperaban con rostros somnolientos y los ojos vidriosos. El primero en acercarse fue Helmer, quien lo abrazó con un impulso torpe pero sincero.
—No vayas al cielo, nunca, nunca —le susurró con voz temblorosa—. Recuerda que Hernán es de Rossyn… y te quiero mucho, hermanito.
Hernán apretó los párpados para no llorar y lo abrazó más fuerte. Luego, Rossyn lo rodeó con sus bracitos delgados y le dio un beso en la mejilla.
—No hagas travesuras sin mí, ¿sí? Juega con los doctores y no te olvides de nosotros.
—Nunca los voy a olvidar —respondió Hernán, serio, como si estuviera sellando una promesa sagrada—. No peleen, y jueguen con Freddy, los veré pronto, hermanitos, los quiero