—¡Señor Hang! Bienvenido —exclamó el hombre mayor al abrir la puerta, sin poder disimular del todo su sorpresa. Sus ojos, llenos de arrugas y desconfianza, se clavaron en la figura imponente de Helmer.
Helmer no perdió tiempo con formalidades. Su rostro, serio y con la mandíbula tensa, hablaba por sí solo.
—Buenos días —dijo con voz grave—. Necesito ver urgentemente a su hija.
El hombre frunció el ceño con una mezcla de duda y temor. Lo miró de pies a cabeza como si intentara leerle el alma.
—¿Brisa? Bueno… ella… no se encuentra, señor Hang —respondió con evasivas, nervioso.
Helmer lo observó fijamente. Su paciencia estaba al límite.
—No vine a perder el tiempo. Vengo a pedir su mano —declaró sin rodeos.
El rostro del padre de Brisa se transformó por completo. Sus ojos se abrieron de par en par como si acabara de escuchar un disparate.
—¿¡Qué dice!? —exclamó, dando un paso hacia atrás.
—Voy a ser honesto con usted —continuó Helmer con voz firme—. Su hija está embarazada. Ese bebé es m