Tan pronto como llegó la policía, Edilene fue arrestada. Su rostro se transformó en una máscara de desesperación: gritaba, lloraba, forcejeaba.
—¡Yo no hice nada! ¡No he hecho nada malo! ¡Déjenme!
Pero los agentes fueron tajantes.
—Queda arrestada por intento de asesinato a un menor de edad —anunció uno de ellos mientras le colocaban las esposas.
El murmullo de la multitud se extinguió de golpe. Un silencio denso cayó como una sábana húmeda sobre todos. Ahora no quedaban dudas. Edilene, esa mujer que había engañado a tantos, mostraba su verdadera cara.
Algunas personas se acercaron a Anahí, con los ojos llenos de vergüenza, intentando balbucear disculpas. Pero ella no los escuchó. No podía. En ese momento, Alfonso era subido con urgencia a una camilla, su cuerpo ensangrentado, su rostro pálido. Todo lo demás se volvió ruido lejano.
—¡Mi papi! —gritó Freddy, aferrado al brazo de su madre—. Se puso malito... Mami, no quiero que se vaya al cielo, aunque no me quiera... yo lo quiero...
Las