Darina caminó hacia donde estaban sus hijos.
Los observó en silencio durante unos segundos, sintiendo cómo su pecho se apretaba con ternura y tristeza al verlos jugar ajenos a lo que estaba a punto de ocurrir.
—Niños, mamá, quiere hablar con ustedes —dijo en voz baja, intentando mantener la calma.
Los pequeños se detuvieron y se acercaron con curiosidad, notando algo diferente en el rostro de su madre.
—Mamá va a llevarlos a vivir a otra parte —dijo suavemente, arrodillándose para estar a su altura—. Vamos a vivir con su tía Anahí por un tiempo, ¿están de acuerdo?
Hubo un breve silencio antes de que las caritas de los niños se iluminaran.
—¡Sí! —gritaron al unísono.
La más pequeña dio un saltito de alegría y dijo:
—¡Sí quiero! Porque Freddy es de Rossyn, y yo lo quiero mucho, mucho.
Darina no pudo evitar sonreír ante aquella inocente declaración, y una lágrima se asomó en sus ojos.
—Bien —susurró—, entonces es hora de irnos.
Mientras los niños seguían brincando y hablando entre ellos s