Cuando Anahí tomó el teléfono con manos temblorosas, su pulgar dudó al pulsar el botón de reproducción. La grabación comenzó a sonar, y la voz de Edilene se escuchó nítida, como una sentencia. Cada palabra era una daga afilada que se clavaba en su corazón, arrancando con ella pedazos de la esperanza que aún quedaban.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. No por tristeza, no solo por eso. Era una mezcla venenosa de rabia, impotencia y un amor herido que no terminaba de morir.
—Quisiste destruir lo poco que teníamos —susurró, apretando los labios con fuerza para no romperse del todo—. ¿Esto querías, Alfonso? ¿Destruirme por completo? Qué tontería… —rio sin alegría—. Nunca hubo un "nosotros", ¿verdad? Yo fui la única que creyó.
Miró el contacto de Alfonso en la pantalla. El dedo se le detuvo sobre el ícono de enviar. Pero se contuvo.
—No —dijo para sí, respirando hondo—. Aún no, Alfonso. Ahora te toca a ti sufrir. Verás cómo se siente perder algo verdadero, algo puro… como Freddy. Como yo.
Gu