—¡Hermes! —gritó Darina con la voz rota, al verlo desplomarse como si el tiempo se hubiera detenido.
El eco del disparo aún resonaba en el aire, cortando la tensión con un zumbido agudo.
Uno de los empleados, disparó de nuevo, con el rostro desencajado por el pánico, bajó el arma temblorosa mientras todos volteaban hacia el techo, desde donde un cuerpo acababa de caer.
Hermes.
El mundo de Darina se colapsó en un segundo.
Él yacía en el suelo, su camisa blanca se manchaba rápidamente de rojo.
Su rostro, pálido, giró apenas para buscarla entre la multitud.
La encontró.
Sus ojos se cruzaron en un silencio que gritaba más que cualquier palabra.
En su mirada había dolor, pero sobre todo… miedo. No por él. Por ella.
«¡Alguien quiere dañarla!», pensó, mientras el peso del disparo se lo llevaba lejos de la conciencia.
Un grito histérico rompió el momento.
—¡Mató a Hermes! ¡Hermes! —vociferó Alondra con el rostro bañado en lágrimas falsas, transformando el teatro en una escena de caos—. ¡Deteng