Freddy lloraba desconsolado, con el rostro escondido en el cuello de su madre. Anahí lo sostenía con fuerza, como si abrazarlo pudiera protegerlo del dolor del mundo.
—Mami… —sollozó el niño entre hipidos—, ¿no tengo papito?
Anahí cerró los ojos. Le temblaba la voz al responder, pero acarició su cabello con ternura y besó su frente empapada.
—Lo siento, mi amor… —susurró—. Soy tu mami y también puedo ser tu papi. ¿Eso puede ser suficiente para ti?
El niño negó lentamente con la cabeza, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—No, mamita… —dijo con su vocecita frágil, quebrada—. Yo voy a buscar un nuevo papito para mí… y un novio para ti. Uno que nos quiera mucho, mucho… ¡Y vamos a ser muy felices, siempre por siempre!
Anahí no pudo evitar llorar en silencio al escucharlo. Lo abrazó con fuerza, apretándolo contra su pecho, como si su amor pudiera reparar esa herida. Su hijo era tan dulce, tan puro… el único que no merecía ninguna de las mentiras, traiciones ni odios de los adu