Las horas pasaban con una lentitud tortuosa. El tiempo parecía haberse detenido para Azul, atrapada entre la incertidumbre y el miedo. Había rezado, había suplicado en silencio a todo lo que pudiera oírla, pero la ansiedad seguía carcomiéndola por dentro, como una sombra pegada a su pecho. Sus manos temblaban, su respiración era irregular y sus ojos no dejaban de mirar hacia el pasillo, esperando, rogando, deseando ver al médico, aparecer con buenas noticias. Pero nada… solo el eco de los pasos ajenos y el tic tac del reloj que acentuaba la agonía.
Helmer, que había estado a su lado en todo momento, quiso acercarse para consolarla. Se inclinó un poco, intentó rozar su hombro, ofrecerle una palabra de alivio, pero Azul se apartó con brusquedad. No dijo nada, pero su gesto fue claro. No quería consuelo. No de él. Su dolor era un campo minado y Helmer, aunque dolido, comprendió que debía dar un paso atrás.
A unos metros, Rossyn lloraba abrazada a sus padres, mientras los Morgan, con semb