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Alfonso se obligó a respirar hondo. Tenía a Anahí entre sus brazos, vulnerable, temblando por el efecto de la droga que alguien más le había dado. Su corazón latía con fuerza, con desesperación, pero también con un peso insoportable de culpa y memoria.No podía volver a caer.No esta vez.Con manos cuidadosas y el corazón palpitándole con fuerza, tomó una manta gruesa y envolvió el cuerpo de la mujer que una vez fue su todo. La abrazó con ternura, como si su contacto pudiera ahuyentar los fantasmas de ambos. La recostó con delicadeza sobre su cama, alejando cualquier deseo, cualquier impulso.—Te amo, Anahí —susurró con una voz rota, casi inaudible—. Voy a demostrártelo. Voy a recuperar tu amor... aunque me tome toda la vida.***El sol del día siguiente entraba con timidez por las rendijas de la cortina. Anahí abrió los ojos, parpadeando varias veces, como si su mente estuviera luchando por alcanzar la realidad. Al principio no reconocía el lugar. Su cabeza latía con pesadez, el mundo
En la empresa HangEl reloj marcaba las once de la mañana cuando Hermes llegó a la empresa. Su rostro reflejaba el cansancio acumulado de los últimos días. El peso de la futura operación de Hernán seguía oprimiéndole el pecho, y aunque su hijo parecìa ser un niño tan fuerte, había un nudo constante en su estómago que no desaparecía.Aun así, tenía que cumplir con algunos asuntos urgentes. Sabía que debía ausentarse un tiempo, dedicarse a su familia, pero antes necesitaba dejar todo en orden.En la sala de juntas, Bruno Cazares conversaba con un par de socios.El ambiente era cordial, aunque había una tensión subyacente que Hermes notó de inmediato. Bruno hablaba con confianza, incluso con una sonrisa estudiada, esa que siempre parecía estar ensayada frente al espejo.De pronto, la puerta del salón se abrió de golpe.—¿Qué demonios…? —murmuró uno de los socios al ver la figura imponente de Alfonso Morgan irrumpir como una tormenta.El rostro de Alfonso estaba descompuesto, sus ojos chis
Hermes llevó consigo a Anahí al salir de la reunión, caminando junto a ella por el pasillo con un gesto firme y protector.—No creas en las palabras de Alfonso, Anahí —le dijo con voz baja pero segura—. Él nunca te va a alejar de tu hijo. Y si se atreve… tendrá que enfrentarse también a mí. No permitiré que lastime a Freddy.Anahí lo miró con un brillo de gratitud en los ojos. El corazón le latía más tranquilo, como si el simple hecho de tener aliados de verdad la sostuviera en medio de aquella tormenta.Sentir el respaldo de Hermes, y también de Darina, la fortalecía. Después de todo, Alfonso era un hombre muy poderoso, con influencias y una mente tan calculadora como cruel.—Gracias —susurró—. No sé qué haría sin ustedes.Hermes no respondió de inmediato. Solo la miró con un gesto serio, como si su mente estuviera ya lejos de ahí. Y lo estaba.En dos días operaban a Hernán, y todo en su corazón se inclinaba hacia su hijo. Solo quería volver a casa, abrazarlo, decirle que todo saldría
—¡Hijo, por favor! No me hables así… —suplicó Alfonso con la voz rota—. Me haces sentir triste, cariño… muy triste.Sus ojos buscaron los del pequeño con desesperación, pero Freddy negó con la cabeza, dando un paso atrás, con los ojos llenos de lágrimas.—¡Haces llorar a mami! Eres malo… —sollozó el niño.Su llanto fue como un cuchillo que se hundía en el pecho de Alfonso. Intentó abrazarlo, pero Freddy se encogió, tembloroso, alejándose de su padre como si su toque quemara.En ese instante, Anahí apareció y Freddy corrió hacia ella como si solo sus brazos pudieran salvarlo de un mundo que no comprendía.—¡Mami, mami! —gritó, entre sollozos.Anahí lo cargó de inmediato, sintiendo cómo el cuerpecito temblaba en sus brazos. El dolor de su hijo era su propio dolor, multiplicado por mil.—¿¡Qué le hiciste?! —le reclamó a Alfonso, furiosa.Freddy, con su voz entrecortada, dijo lo que más temía escuchar.—Papi te hizo llorar, mami… papi nos quiere separar.La acusación se clavó como una lan
Al día siguiente, el sol apenas se asomaba entre las cortinas cuando Hernán ya estaba listo, vestido con su pijamita azul de dinosaurios, sosteniendo su peluche favorito con fuerza entre sus pequeños brazos. A pesar de su corta edad, parecía entender que ese día era diferente… importante.En la sala, sus hermanitos lo esperaban con rostros somnolientos y los ojos vidriosos. El primero en acercarse fue Helmer, quien lo abrazó con un impulso torpe pero sincero.—No vayas al cielo, nunca, nunca —le susurró con voz temblorosa—. Recuerda que Hernán es de Rossyn… y te quiero mucho, hermanito.Hernán apretó los párpados para no llorar y lo abrazó más fuerte. Luego, Rossyn lo rodeó con sus bracitos delgados y le dio un beso en la mejilla.—No hagas travesuras sin mí, ¿sí? Juega con los doctores y no te olvides de nosotros.—Nunca los voy a olvidar —respondió Hernán, serio, como si estuviera sellando una promesa sagrada—. No peleen, y jueguen con Freddy, los veré pronto, hermanitos, los quiero
Quince días después.El sol brillaba tenuemente sobre la entrada de la casa, como si supiera que algo sagrado estaba ocurriendo puertas adentro.El auto se detuvo despacio frente al jardín, y Hermes bajó con cuidado a Hernán en brazos.El niño, más delgado, con el rostro pálido y la cabeza vendada, sostenía la mano de su madre con fuerza. A pesar de todo, sus ojos brillaban con una energía distinta. Había sobrevivido.Había vencido la sombra que lo había llevado al borde.Darina descendió junto a él con el corazón en un puño. Habían vuelto a casa. Pero no eran los mismos que habían salido quince días atrás.Cada paso, cada segundo en ese hospital, había cambiado algo en todos ellos.Rossyn y Helmer los esperaban en la puerta. Apenas vieron a su hermanito, corrieron hacia él, aunque Hermes los contuvo con un gesto suave.—Con cuidado, aún debe descansar —advirtió.Pero los niños no pudieron contener la emoción. Helmer fue el primero en abrazar a Hernán, con una gran sonrisa feliz.—¡He
Cuando Alondra lo vio entrar en la sala de visitas, sus ojos, hundidos y enrojecidos, se llenaron de una súplica desesperada.Con un quejido ahogado, se arrastró por el suelo hasta quedar frente a él. Sus manos temblorosas se aferraron al bajo de su pantalón.—¡Hermes! —sollozó—. ¡Hermes, viniste! Por favor… ten piedad. No puedo más, ¡te lo suplico! Me torturan, todos los días… me insultan, me golpean, me humillan. No soy más que un despojo… ¡Sálvame! —Sus uñas arañaban el suelo mientras se inclinaba aún más—. Ten piedad de mí… por lo que alguna vez significamos…Hermes la miró en silencio.Su rostro, antes marcado por la ira, se endureció aún más al verla tan arrastrada.Dio un paso atrás con asco, y Alondra, sin su único punto de apoyo, cayó de bruces contra el suelo. Un sonido seco llenó el aire. Se quedó allí, inmóvil, unos segundos… hasta que empezó a reír. Una risa aguda, rasposa, demente. Se incorporó un poco, con los cabellos pegados al rostro por las lágrimas, y lo miró con l
Alfonso llegó a su departamento con el corazón latiéndole con fuerza.No era solo la emoción, era algo más… una mezcla de ilusión y nerviosismo que lo hacía moverse rápido, con las manos temblorosas y la sonrisa tonta de un niño antes de Navidad.Hoy sería distinto.Hoy, por primera vez, no solo celebraría el cumpleaños de su hijo con un juguete caro o una salida improvisada.Esta vez, habría una fiesta real, con globos, pastel, amiguitos corriendo por todas partes, regalos envueltos en papeles brillantes… y con él presente, todo el tiempo, como debía ser. Le demostraría a su hijo que era un buen padre, y a Anahí le demostraría que era un hombre que la amaba.Tal vez podría ganar su perdón y ser amado por ellos otra vez.—Es nuestro día, hijo —murmuró, mientras se metía en la ducha, dejando que el agua fría calmara un poco su exaltación.Al salir, se vistió con esmero.Eligió la camisa que a Freddy le encantaba porque decía que lo hacía “parecer un papá de película”.Se puso perfume,