Cuando Brisa abrió los ojos, por un momento no supo dónde estaba.
La luz blanca y fría del techo la cegó unos segundos, y la sensación de sábanas ásperas y un pitido lejano la envolvieron en una atmósfera irreal. Giró lentamente la cabeza, tratando de entender. Respiró hondo. Olor a desinfectante. Silencio estéril.
Entonces lo comprendió: estaba en un hospital.
Parpadeó con esfuerzo, sintiendo el cuerpo pesado y la mente nublada.
El recuerdo apareció como una chispa: Helmer. Su voz. Sus ojos. Su presencia.
¿Había estado realmente allí? ¿O solo había sido una alucinación provocada por la fiebre, por el agotamiento o por su desesperada necesidad de que él regresara?
—¿Solo fue un sueño…? —susurró con la garganta seca.
Antes de que pudiera aclarar sus pensamientos, la puerta se abrió con suavidad.
Una doctora joven y de expresión cálida entró en la habitación con una sonrisa amable y una carpeta en mano.
—Señorita, vamos a hacerle un ultrasonido para asegurarnos de que su bebé está bien,