Mel rompió el beso con lentitud, como si cada segundo robado le perteneciera.
Aun con la respiración agitada, acompañó a Ethan hacia la salida, sin ocultar una sonrisa sarcástica que atravesó a Demetrio como un dardo.
Fue una sonrisa ambigua, fría: un aviso y una demostración al mismo tiempo.
Ethan respondió con un gesto seco y seguro; sus pasos resonaron sobre el mármol y, cuando se cerró la puerta tras ellos, el silencio quedó pesado en el salón.
Demetrio los observó irse, apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
Luego, con la expresión rota, pero firme, entró en la alcoba donde Nelly reposaba.
La encontró pálida, con la mirada vidriosa; sus ojos todavía tenían el brillo húmedo de las lágrimas contenidas. El corazón de Demetrio se quebró en un silencio sordo al verla así.
—¿Nelly? —la llamó con voz queda, procurando no alarmarla.
—Sí… —respondió ella, su voz, un hilo. Temblaba.
Demetrio se acercó y la tomó de la mano, sintiendo la fragilidad entre sus dedos.