Demetrio observó desde la distancia cómo Melody y Enzo conversaban en la terraza de la cafetería.
Su corazón latía con fuerza, y una sensación de temor se apoderó de él. No podía permitir que esta situación se descontrolara.
Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia ellos, decidido a enfrentar lo que temía que fuera lo peor. La tensión en el aire era palpable, como si las nubes de una tormenta inminente se acumularan sobre sus cabezas.
—¡Mi amor! —dijo Melody, su voz llena de ansiedad—. No estoy de lado de nadie, menos de Enzo. Le he dejado claro que no puede hacer esto.
Demetrio sintió cómo la ira comenzaba a burbujear en su interior, una mezcla de frustración y desesperación que amenazaba con desbordarse.
No podía entender cómo su hermano podía ser tan egoísta.
—¡Es mi hija! —replicó Enzo, su tono suplicante resonando en el aire—. Por favor, necesito ser un padre para ella.
—¡Ese es el problema, madura, Enzo! —exclamó Melody, su voz firme y decidida—. Porque esto no se trata de ti, ni