Capítulo 2. Fuga entre sombras.

Mi mejor amigo estaba aquí.

Jason tiró de mis muñecas y desató la soga con manos firmes pero rápidas.

Abrí la boca y él me dió una mirada que me hizo callar mientras me llevaba un poco más adentro del bosque.

— Te explicaré todo después —dijo en voz baja—. Ahora tienes que transformarte. Rápido.

Asentí.

Intenté concentrarme, llamé a Lena, mi loba interior... pero no sentí nada. Era como si no existiera. Respiré hondo y lo intenté de nuevo.

Nada.

Quizá estuve en ello unos cinco minutos enteros antes de que él se exasperara.

—Déjalo —me cortó Jason, serio—. No es momento de juegos.

Frustrada, le grité:

—¡No puedo hacerlo! No está, no puedo encontrar a Lena.

—Joder, debes estar muy débil— murmuró.

No había tiempo para analizarlo. Debido a mi estado, Jason tuvo que cargarme en su forma humana para correr en el bosque. Los árboles nos lanzaban sombras rápidas y el suelo era una trampa de raíces y hojas secas.

Corrió por casi media hora, hasta que por fin frenó y me hizo bajar.

—Deshazte del vestido. Lo dejaremos aquí—ordenó quitándose de la espalda una bolsa que no había visto. De ahí sacó un par de pantalones y una camisa de hombre sencillos.

Mientras él me daba la espalda para darme un poco de privacidad, aproveché para preguntarle qué es lo que estaba pasando.

Bufó murmurando que "es lo que él quisiera saber".

—Escucha: me enteré de la masacre de la familia real hace dos días. Todo el reino lo sabe. Hasta hace unas horas se anunció tu juicio. Gasté todos mis ahorros en bandidos que dispararan al azar para distraer a todos y que lograras salir de allí. Hay que salir del reino antes de que te maten esos idiotas.

Agaché la cabeza, las lágrimas querían salir, pero no tenía fuerzas.

—¿Crees que soy inocente? —pregunté, casi sin voz.

Él me miró fijo, sin titubeos.

—Llevo años viviendo contigo. Si quisieras a Cornelius y a su familia muertos, contratarías a alguien que tuviera el estómago de hacerlo. Y, por supuesto, me habrías invitado a la fiesta. Esto huele a trampa por todas partes.

Le di una sonrisa reluctante

Tomé aire y asentí.

—Entonces, ¿Quién quiere que pague por ello?

—Alguien con poder y ganas de verte muerta —respondió—. Lo averiguaremos juntos, pero ahora mismo debemos llegar al reino de Helen. Allí tengo aliados que pueden esconderte hasta que todo salga a la luz.

—¿Aliados?— Pregunté extrañada. —¿Desde cuándo tienes contactos allí?

Jason, por lo que sabía, era un huérfano que llegó a nuestra mansión un día de lluvia hace cinco años pidiendo refugio y comida. Padre lo adoptó y hemos estado juntos desde entonces. Ahora, a mis veintiun años, no podía creer que el huraño Jason —un lobo que evitaba socializar a toda costa— tuviera un compañero, amigo, aliado o lo que sea que yo no conociera.

Jason no me respondió porque, de pronto, un aullido cortó el silencio. Mi amigo maldijo bajo.

—Guardias del rey. Encontraron tu rastro..

—¿Qué hacemos? —pregunté, mirando hacia todas partes en busca de un escondite.

Me señaló un sitio entre los árboles.

—Tienes que ir por allá. Sigue el río, bajando la corriente. Llegarás a la canoa que ya he preparado. Yo distraeré a los guardias, te veré alli en cuanto pueda.

Le di una mirada intensa.

—Prométeme que no harás nada estúpido.

—Lo prometo —respondió demasiado rápido para mi gusto, pero no había tiempo para interrogarlo.

Nos separamos. Me moví lo mejor que pude con mi tobillo aún en mal estado hacia donde dijo que estaba el río.

Mi corazón latía a mil por hora unos minutos después.

El lobo apareció de la nada, su figura oscura emergió entre los árboles como una sombra letal.

No estaba preparada. Sin mi loba interior, sin fuerza ni reflejos, sentí cómo mi corazón se aceleraba descontrolado.

Él se lanzó con un rugido, enorme, fiero, colmillos al descubierto.

Intenté retroceder, pero mis piernas temblaban.

En el último segundo, logré rodar hacia un lado justo cuando sus garras rasgaron el aire donde estaba mi cuello segundos antes.

Me levanté lo más rápido que pude, jadeando, el miedo apretándome la garganta.

Intenté buscar algo con qué defenderme, sin éxito.

No podía dejar que me atrapara, así que usé un truco sucio que le había visto hacer a Jason: Tomar un puñado de tierra y arrojarlo a los ojos del lobo.

Gané preciosos segundos que utilicé para volver a moverme en dirección al río que ya podía escuchar.

Sin embargo, tuve que detenerme un poco más allá.

Vi un barranco al frente.

El gruñido del lobo a mi espalda, demasiado cerca, me hizo darme cuenta de que me quedé sin tiempo.

Sin pensarlo, corrí sin importarme el dolor que me causaba hacia el vacío.

El lobo aceleró, justo detrás.

Salté, sintiendo el aire bajo mis pies... Pero él también saltó.

Caí entre ramas y tierra, sintiendo el golpe en todo el cuerpo.

Él aterrizó encima de mí, su peso aplastándome, su aliento caliente en el cuello.

Intenté empujarlo, pero era demasiado fuerte.

Su mandíbula se cerró cerca de mi piel, un susurro de muerte.

Con las pocas fuerzas que me quedaban, levanté la pierna y le di una patada directa al costado.

El lobo gruñó de dolor y perdió el equilibrio.

Rodamos barranco abajo de nuevo, ambos golpeándonos con las piedras y la maleza.

Finalmente, nos detuvimos entre arbustos espinosos.

Apenas podía respirar, el cuerpo adolorido, la mente al borde del colapso.

El lobo se incorporó lentamente.

Los ojos del lobo, antes tan fieros y brillantes, comenzaron a perder ese fuego.

Una rama gruesa y afilada se había clavado en su costado, perforando algo vital. Y eso solo lo supe porque su respiración se volvió entrecortada, un jadeo ronco que se mezclaba con un gruñido apagado.

Lo vi tambalear, la fuerza desvaneciéndose de su cuerpo enorme.

Por un segundo, el silencio fue absoluto, roto solo por su agonía.

Entonces, un coro de aullidos se levantó del bosque. Cerca, demasiado cerca.

No tendría mucho tiempo.

Sin perder un segundo, me levanté con dificultad, sintiendo cada músculo arder.

Miré hacia el río, la única ruta posible de escape.

Con una oración silenciosa, me tiré de lleno al agua e impulsé mis piernas.

El lobo caído quedó atrás, sus ojos ya sin luz, mientras yo nadaba hacia la incertidumbre del río y la esperanza de sobrevivir.

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