Antes siquiera de pensar en escabullirme del edificio, lo encontré sentado en uno de sus sillones grises, escribiendo con rapidez en su laptop.
—Yo… —balbuceé, apretando con fuerza mi bolso.
—No tienes que preocuparte por la señora Johnson —dijo con calma, sin levantar la vista—. Sabe que pasaste la noche aquí conmigo.
—Gracias… por anoche, y por dejarme quedarme.
—No hay problema —respondió, sin más. ¿Así de simple?
—Puedo pedirle a mi chofer que te lleve de regreso al campamento —ofreció—. O si prefieres, puedo llevarte yo mismo.
—Prefiero que lo haga tu chofer —respondí, tratando de mantener la voz firme.
Tomó su teléfono y marcó un número.
—Reúnete conmigo en mi oficina —dijo al auricular.
—Sí, jefe —contestó una voz al otro lado.
Dejó el teléfono sobre el sofá y me hizo un gesto para que me sentara.
—Por favor, ponte cómoda.
—Oh… —murmuré, saliendo de mi ensimismamiento. Me senté y revisé mi celular, medio esperando ver llamadas perdidas de Lina o Jessy.
Nada. Ni un solo mensaje.