44.
AURORA
El aire adentro se sentía espeso, cargado de una electricidad pesada, muy diferente a aquella que siento en la presencia de Kayne.
Todo está oscuro, cada rincón, cada entrada; no hay suficiente luz para saber por dónde vamos.
Los pequeños se pegan a mí, sollozando, asustados, temblando, y yo soy todo lo que tienen para protegerlos, una simple humana que no tiene unas estúpidas garras para defenderse.
La madera cruje ante nuestros pasos, anunciando nuestra presencia y amenazando con caernos encima.
—¿Hola?
Mi voz se escucha temblorosa, rebotando en la quietud de este lugar tétrico.
No hay un ruido, nada; todo lo que puedo oír son los pequeños y mi corazón latiendo con fuerza.
Diosa, si estás ahí, ayúdame a ver algo.
Entonces lo escucho, un sollozo suave, casi ahogado.
—Vamos, no se separen.
Seguí adelante, esta vez más rápido, guiándome con la mano entre las paredes de madera vieja, hasta que al fondo una luz tenue amarilla llamó mi atención.
Los niños suspiraron de alivio, avan