36.
KAYNE
Los siguientes minutos se sintieron como horas interminables, parado en el mismo lugar donde la vi alejarse en esa camilla.
Mis ojos permanecen fijos en la puerta que lleva a su habitación, escuchando sus leves latidos a punto de extinguirse en una máquina.
Pero más que escucharlos, los sentía en mi propio pecho, en mi propia alma, apagándose cada vez más.
Ella estaba muriendo; lo único bueno que había encontrado, que había querido sostener sin quebrarlo, se estaba yendo.
Alioth está más que abatido; está furioso, caminando en mi mente sin parar, pidiendo que lo deje salir de nuevo para acabar con todos.
Mis manos vuelven a convertirse en garras, los colmillos se alargan en mi boca; tengo que luchar contra un cambio que estoy seguro nos llevará a desatar la peor de las masacres.
—No— digo apretando los dientes, las garras clavándose en las palmas, rompiendo mis manos hasta que la sangre gotea en el piso.
No era momento de esto, no ahora.
Entré a la habitación ob