—¡Por supuesto que no quiero molestarte! —Se veía sincera, Leonardo podría creerla de verdad.
—Hoy he terminado todo mi trabajo y llevo esperándote.
Natalie: —...
Al ver que se callaba, Leonardo sonrió y susurró: —Natalie, un comerciante tiene que cumplir su promesa.
Natalie rechinó los dientes y le miró enfadada: —¿Quién ha dicho que no voy a cumplirla?
—¿Seguro? Pues cámbiate de ropa.
Al ver la bolsa que le entregaba, Natalie comprendió por fin que había caído en su trampa.
—Leonardo, ¡lo has hecho a propósito!
Ella lo miró con rabia, pero sus orejas estaban inconscientemente rojas.
Leonardo asintió y admitió sin rodeos: —Sí, eso es lo que me prometiste.
Natalie le arrebató la bolsa de la mano y apretó los dientes, —¡Por la noche!
—Cámbiate antes de cenar.
Le respondió el portazo.
Leonardo miró la puerta cerrada de su habitación, sonrió y se dio la vuelta para marcharse.
Natalie respiró aliviada cuando oyó los pasos que se alejaban fuera de la puerta.
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