Al ver eso, Matilda se mordió el labio inferior, con los ojos llenos de tristeza y desgana.
A su lado, Antonia frunció el ceño, miró a Leonardo y le reprochó: —Leo, no sólo pienses en Natalie, también puedes darle un paseo a Mati por aquí.
Leonardo, sin expresión alguna, le lanzó una mirada y rechazó sin rodeos: —No tengo tiempo. Puedes pedirles a los sirvientes que la lleven a pasear.
—Tú y Mati han sido amigos desde chiquitos, ¿no crees que está feo dejar que los sirvientes la acompañen?
Un destello de furia cruzó los ojos de Leonardo, y estaba a punto de replicar cuando Josefina intervino: —Basta ya, todos cállense. ¿Quieren que los invitados los vean hacer el ridículo en mi cumpleaños?
Antonia se quedó momentáneamente atónita y luego guardó silencio, aunque un poco disgustada.
Dadas las situaciones, Matilda se apresuró a tomar la palabra: —Por favor, no peleen por mí. Ah, por cierto, llegó mi amiga. Voy a buscarla y platicar un rato. Ya habrá oportunidad de conocer la Mansión de Ar