La habitación estaba envuelta en penumbra, apenas iluminada por los primeros rayos de sol que se colaban por las cortinas mal cerradas. El aire tenía ese aroma inconfundible a piel cálida, a sábanas revueltas y emociones todavía flotando en el ambiente. Isabella dormitaba abrazada al pecho de Marcos, con una pierna enredada entre las de él, y el rostro hundido en la curva de su cuello. Su respiración era pausada, tranquila, como si por fin hubiera encontrado un pedazo de paz.
El silencio del cuarto fue interrumpido por un par de toques suaves en la puerta.
—Isa... —se oyó la voz de Sofía, somnolienta pero firme—. ¿Puedo pasar? Necesito mi cargador. Lo dejé anoche en tu velador.
Isabella despertó de golpe, no por el sonido, sino por el calor de un cuerpo masculino que seguía abrazándola como si fueran una pareja de toda la vida. Marcos, su jefe, el CEO, el hombre que no debía estar allí... ¡seguía profundamente dormido en su cama!
—¡Santo cielo! —murmuró ella entre dientes, empujando s