Desde muy temprano, Isabella y Sofía se levantaron con entusiasmo. Aquella mañana era especial: Victoria las había invitado a desayunar en su casa. Habían pasado meses sin verla, y ambas estaban emocionadas por reencontrarse con la mujer que tanto las había apoyado.
—¿Lista, Sofía? —preguntó Isabella mientras cepillaba su cabello frente al espejo.
—Casi —respondió la joven, abotonándose la blusa con una sonrisa—. No puedo creer que por fin vamos a conocer la mansión de la señora Victoria. Siempre me la imaginé enorme.
—Lo es —contestó Isa suavemente, acomodando un mechón de cabello detrás de su oreja—. Ella siempre ha tenido un gusto impecable.
Sofía se giró para observarla con ternura.
—Te ves preciosa, Isa.
—Tú también, cariño —respondió Isabella con una sonrisa cálida, acariciándole la mejilla—. Vamos, no la hagamos esperar.
El auto que Victoria había enviado las recogió puntual a las nueve. Durante el trayecto, Sofía no dejaba de mirar por la ventana, asombrada por las calles ampl