La expresión cargada de sorpresa de Ariadne era un claro poema para Zander, aquel que levantó una ceja divertido mientras miraba a esa mujer que tanto le molestaba.
―¿Qué has dicho? ¿Acaso? No… de haber yo… los ancianos… todo… ―Ariadne tartamudeaba, mientras Zander la observaba con diversión.
Era claro que había dicho una gran mentira, pero no había nada más; él había iniciado con aquella falsedad tan enorme y ahora no podía dar un paso atrás, no cuando parecía haber encontrado la solución a todo.
Después de todo, el secretario Baker tenía razón y aunque se sentía sucio, él encontraría luego una manera de seguir con su mentira sin involucrar directamente a Selene.
―No es verdad… ―seguía alegando Ariadne.
―¿Por qué mentiría con ello? ¿Qué gano yo diciéndote algo semejante? —Zander habló con tranquilidad; decir mentiras para él no era nada problemático, incluso muchas veces solía disfrutar de ello.
Zander solía pensar que, de no ser heredero, rico y líder mafioso, seguramente sería un g