La mañana había llegado más rápido de lo que Selene y Zander esperaban, pues mientras Selene estaba sentada encima de Zander y este besaba sus pechos con ansias, Selene gemía en lo que el sol brotaba por las ventanas de la habitación.
Haciendo que estos, tan encimados en devorarse mutuamente, apenas notaran que habían estado horas haciéndose suyos el uno al otro hasta llegar hasta el punto más alto del clímax.
―Eres insaciable, ya lo había dicho... —La voz de Selene surgió en medio de jadeos, mientras Zander, quien estaba aferrado a la cintura de Selene, la atrajo aún más hacia él, como si fuese posible, y la abrazó con toda su fuerza, con el deseo de fundir su cuerpo con el suyo y lograr que esta nunca se alejara de él, jamás.
―Lo soy... más cuando se trata de ti... —Zander levantó su rostro y cuando sus ojos dorados se encontraron con los suyos, no pudo evitar darle un beso cargado de cariño, uno suave y tranquilo, nada comparado a los apasionados besos que se habían dado por horas