Una pequeña niña de cabellos rojizos se encontraba sentada en uno de los columpios del pequeño parque, aquel que quedaba muy cerca de la mansión Ezio.

A su madre le gustaba enviarla allí con la intención de que no escuchara las discusiones que solía tener con su padre, aquellas que eran el pan de cada día, más cuando se trataba de aquella mujer que, incluso Selene con ocho años, sabía de su existencia, y la niña que solía merodear todo el tiempo la mansión, indicando que su padre, también era suyo.

Y al verlo actuando tan amable y amoroso con aquella niña, solo hacía que el corazón de la pequeña Selene se oprimiera de dolor, pues no sabía qué había hecho para que su padre no la quisiera a ella.

―Selene... ¿Sigues de mal humor? Abuela nos envió aquí porque dijo que no estarías en la mansión Ezio... pero pareces del mismo humor que el del día anterior... —Selene levantó su pequeño rostro, un niño de lentes y un tanto escuálido se encontraba frente a ella, observándola con una expresió