―Adán, ¿qué dices tú? —preguntó Selene en un susurro.
Ella comprendía perfectamente que la decisión no era solo suya.
Su primo también tenía voz y voto en aquel juicio improvisado; después de todo, Adán había perdido a sus padres por la codicia y la negligencia de los Ezio.
Quizás por eso los odiaba con tanta fuerza.
Selene notó la mirada de Adán fija en Zander, quien permanecía allí, apático a todo lo que le rodeaba.
Incluso la mirada de Selene parecía resbalar sobre él sin afectarle, mientras ella se preguntaba qué demonios estaba ocurriendo realmente en la mente de ese hombre.
El silencio de Adán se prolongó durante largos minutos, solo interrumpido por los sollozos de quienes suplicaban un perdón que no merecían.
Finalmente, el anciano Nicolai y Víctor se armaron de valor para intentar salvar lo poco que quedaba de su nombre.
―Nosotros no hicimos nada —balbuceó el anciano Nicolai—. Mi nieto es un tonto que se ha dejado llevar por un amor ciego, pero les pedimos perdón. Compensarem